HORMIGAS PANADERAS


Estaba en la parte posterior de un auto desconocido, a mi lado alguien que no tenía nada en común conmigo, era un simple espectador, al volante un chofer con terno y gorra, y a su lado una chica completamente ebria, hablaba algo que no entendía, yo solo la observaba, tenía un vestido bonito, no recuerdo el color pero era elegante, yo también usaba un vestido similar pero no me sentía cómoda usándolo, era como un disfraz. Trataba de recordar porqué estaba dentro de ese lujoso carro que nos llevaba a un lugar incierto; no había conexión entre los cuatro personajes que nos encontrábamos ahí, el silencio primaba entre la persona de mi derecha y el chofer, solo aquella muchacha parlanchina no se callaba.

El incómodo silencio se rompió cuando una canción de aquellas que me gustan, algo dulzonas, pasó por la emisora, “Y solo se me ocurre amarte”, de Alejandro Sanz, pude por fin desviar mis pensamientos de la conversación inerte de aquella chica. Lástima que solo escuché el coro, porque la programación fue interrumpida por la careta de entrada de un programa con corte político y económico, ¡qué demonios!, de mal en peor, pero ¿por qué en Radio María?, ¿acaso tenía lógica? Mientras trataba de ordenar las piezas de rompecabezas que tenía en frente, la muchacha sacó de su bolso un bizcocho, la resaca le pasaba la factura y tenía suficiente espacio en su cartera para algunos bocadillos del buffet.

De pronto el escenario cambió, ya no me encontraba en ese lujoso carro negro, sino dentro de una panadería, a mi lado mi hermano me mostró la mitad de un pan duro, por el que pagó tres veces su precio original. Miré a mi alrededor y las hormigas panaderas trabajaban amasando la harina sin detenerse, pese a recibir una migaja de sueldo, sonreían, no parecían molestos, creo que estaban acostumbrados.

Ahora me encontraba en la calidez de mi casa, prendí el televisor y la reconocí, era la misma voz de la mujer de la emisora, hablaba de lo mismo, los precios subían y todos debíamos afrontar esa realidad. Miré fijamente la pantalla y me transporté hasta el lugar de grabación. Vi la mesa llena de aquellos blandos bocadillos, esa gente no comía pan duro, pero si lo vendía al precio de su codicia. Lástima que nosotros si teníamos que engañar al estómago.

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