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Monotonía

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Despertaba con la certeza de que ese día sería igual al anterior, la misma rutina lo acompañaba cada amanecer hasta caer el sol. Sacaba a Enzo al parque y a su regreso tomaba una ducha fría, alistaba su mochila mientras preparaba una taza de café. Se despedía de su perro y se dirigía al estacionamiento. Por algunos minutos, la música en su auto lo transportaba fuera de la realidad y le recordaba que aún estaba vivo. Estacionaba a un par de cuadras de su oficina, tomaba una bocanada de aire antes de ingresar, y se colocaba la máscara de ejecutivo comprometido con la empresa. La jornada laboral era agotadora, veía cómo se desvanecía la luz frente a sus ojos. Por el dinero no se podía quejar, el sueldo le permitía vivir bien, pero lo que realmente le apasionaba estaba guardado en una gaveta, sin batería, así como su estado de ánimo. Recordaba aquellos años, cuando viajaba sin cansancio, recorría pueblitos y los retrataba en fotografías que aún conservaba. Veía amaneceres extraordina

El narcisista

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La mente de Jorge era un laberinto de pensamientos oscuros que él manejaba a su antojo. Y cuando Zoi creía que había encontrado respuesta a sus interrogantes, estaba de nuevo en el punto de partida. El capricho y la dependencia eran el combustible que la impulsaban a caminar por los pasillos de la mente de un hombre con una personalidad complicada. Ella interpretaba y analizaba sus acciones, esperando encontrar algún patrón, pero todo eso era un búmeran. Su ego era un globo aerostático, desde donde se jactaba de ser el amo de todo, capaz de manipular a cualquiera, sin la mínima empatía. Presumía de jamás equivocarse, y cuando alguien lo corregía, despertaba su ira, sentía que pisoteaban todo su expertise en el ámbito que fuese. Jorge era impredecible, con un sentido del humor negro, adicto al control de todo a su alrededor. Jugaba con la mente de Zoi, él tenía la llave maestra de cada rincón de sus pensamientos. Y ella lo ignoraba, o no quería reconocerlo. Se divertía con ella, era un

¿Destino o casualidad?

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Durante el insomnio se escribe una historia que solo puede contarse bajo la complicidad de la luna y el silencio de una almohada. En una noche rodeada de recuerdos, emociones y sentimientos en ebullición. Para ella, no importaba el tiempo o la distancia. Siempre recordará aquella frase que quedó grabada en su mente: sobre l a respuesta a tu pregunta ¿algo que jamás le he contado a alguien?, la respuesta es muy sencilla... nunca te olvidé en todos estos años. El tiempo es tan relativo cuando se trata de sentimientos, muchos de ellos son volátiles como un perfume, otros, permanentes como un tatuaje. Y un pequeño grupo, son atemporales como una canción, no importa cuantos años transcurran, porque hay melodías que te emocionan con la misma intensidad a tus 20 o a tus 30. Su historia estaba inmortalizada en páginas que solo vieron la luz de la luna. Esa noche escribió el último capítulo. Una despedida que postergó, creyendo que no era necesario un punto final. Sin embargo, el tiempo l

Todos los caminos te llevan a Roma: parte II

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Las ideas revoloteaban en su cabeza, pero no aterrizaban sobre la hoja de Word, pese a tomar la tercera copa de vino, revisar las entrevistas y leer el material de la empresa, seguía distraída, y no podía armar el discurso de la presidenta de la compañía. En otras circunstancias, le habría tomado un par de horas terminar el texto, pero esa noche tenía una cena con Leo y su mente solo imaginaba lo que podía pasar. Hace una semana la casualidad los puso frente a frente en la Feria del Libro de la ciudad, ambos eran lectores apasionados, cada uno en el género de su preferencia. Charlaron por algunos minutos y planearon salir la próxima semana. Se despidieron con un beso en la mejilla y tomaron caminos opuestos. Leo siempre fue el imán de su cuerpo, capaz de cambiar cualquier argumento que ella tuviera en mente. La conocía demasiado y tenía total libertad de pasearse en su cabeza. Micaela podía ser muy racional, pero cuando se trataba de él, solo se dejaba llevar por las emociones. Se

La venganza

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Nunca despiertes la caja de pandora de una bruja enamorada. Fue la advertencia que Leandro ignoró al rechazar a Úrsula la noche de su cumpleaños. Desde aquella fecha, las constantes pesadillas y dolores de cabeza eran parte de su día a día.  Despertaba cansado, sin apetito y durante todo el día permanecía distraído y somnoliento. Úrsula le servía constantes tazas de café para recargarlo de energía, y misteriosamente, tenían el efecto contrario. Lo mismo sucedía con las pastillas para la migraña, las tomaba diariamente, pero los martillazos en su cabeza no se detenían. Una noche todo el personal se encontraba en un evento por el aniversario de la empresa, Leandro regresó a la oficina en búsqueda de unos documentos, al no encontrar a Úrsula en su escritorio, rebuscó entre sus cosas. Grande fue su sorpresa al abrir el último cajón. Encontró un cráneo y en su interior, una foto de él clavada con alfileres, su pañuelo y un mechón de pelo. A los pocos minutos, las luces comenzaron a parpadea

Almas viajeras

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Caminó bajo las sombras por mucho tiempo, y sus pensamientos eran una tormenta de arena que le impedían enfocarse en lo importante de su vida. El ruido ensordecedor de sus problemas no la dejaba escuchar a su yo más profundo, y últimamente, se ahogaba en un mar de temas no resueltos. Con la llegada de Ricardo, el oleaje en su cabeza se calmó, él la escuchaba con atención y la leía a la perfección. Cuando conversaban, se sentía como un paseo en velero, una mañana de verano en las playas de Grecia. Mayra dejó que el psicólogo camine por los pasillos de su cabeza, como si se tratara de “El Resplandor”. Cada habitación escondía un recuerdo, un miedo o un oscuro deseo. Ella ocultaba demonios que Ricardo se encargó de exorcizar, o en el mejor de los casos, domar. Ella tenía un pasado complicado y un presente desordenado, pese a intentar mostrar su mejor versión al resto, Ricardo era el único que sabía lo que habitaba en su corazón y sus pensamientos. En tan poco tiempo interpretó lo qu

Introspección

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Sus pensamientos eran un manojo enredado de luces de navidad, con algunos foquitos quemados. La paciencia no era su mayor virtud, y por más que intentaba entender y ordenar todo lo que tenía en su cabeza, terminaba bebiendo un coctel de emociones que no solucionaban nada. Mezclar cólera, tristeza, confusión y miedo le dejaban resaca emotiva. Era difícil para Mayra expresar lo que sentía. La mayor parte del tiempo, por no decir siempre, guardaba sus palabras en el cajón de los recuerdos. A lo largo de los años, se acostumbró a poner filtro a lo que decía para evitar manifestar vulnerabilidad. Se mostró como la mujer fuerte que podía solucionar todo lo que se le cruzara en frente, pero llegó un punto en el que su cuerpo le pasó factura.  Los constantes dolores de cabeza, la gastritis y la fibromialgia la saludaban por la ventana. Tenía dos opciones, la primera era dejarlos entrar por la puerta grande, o la segunda, buscar ayuda profesional. En el fondo Mayra sabía que no estaba bien. Alg