DETRÁS DE LA CORTINA

Subía las escaleras con el cansancio sobre su espalda, eran las siete de la mañana y sólo deseaba tener su cama en frente. Mientras pensaba en recostarse y dormir un rato, alguien bajaba rápidamente por las escaleras, era un chico que no había visto antes y por la ropa que usaba podría tratarse de algún abogado o administrador de alguna empresa, no lo sabía y tampoco quería adivinar en ese momento en el que el sueño era su único acompañante que la conducía a su habitación.

Llegó, cerró las cortinas y dejó que Morfeo la abrazara entre sus sábanas. Era complicado trabajar por las noches y a la vez estudiar en las tardes, pero debía hacerlo para pagar sus gastos y deudas que tenía pendientes. Sólo debía acostumbrarse a la rutina y a tomar todo con calma, porque sólo sería temporal.

Era medio día y la mala noche le cobraba la factura. Se bañó y se fue a almorzar para luego dirigirse a la universidad. Trataba de mantenerse despierta pero las palabras del profesor eran el mejor somnífero a esa hora de la tarde.
Para su buena suerte el catedrático que dictaba la siguiente clase no había llegado y todos podían irse a sus casas. Ella se dirigió a la biblioteca y sacó algunos libros que necesitaba para realizar una monografía que debía presentar en un par de días y que por el trabajo no había podido terminar.

Sus amigos la animaban para que se quedara pero aunque ella quisiera, el deber la llamaba y no podía salir del esquema que había elaborado para cumplir con todo lo que se había propuesto durante el día. Llegó a su departamento y comenzó a leer y resumir lo más rápido que pudo hasta que la hora le indicó que era momento de alistarse para salir a la chamba.

Se maquilló y guardó su ropa en una mochila, bajó rápidamente por las escaleras y lo encontró nuevamente, era el mismo joven de la mañana, pero lucía algo preocupado y triste. Ambos sonrieron y continuaron sus opuestos caminos.
Ella subió al carro que la esperaba afuera y miró por la ventana el cuarto piso, la luz del departamento que había estado desocupado por algún tiempo se prendió. - Él es el nuevo vecino- se dijo a sí misma. Era de los chicos intelectuales, y esos lentes lo convertían no en el aburrido nerd, sino en el interesante letrado. Era guapo, pero no estaba dentro de sus expectativas.


Cambió la dirección de sus pensamientos y se enfocó en la larga noche que tenía en frente.
Llegó al club, y sacó su disfraz del bolso. Se terminó de arreglar cuando escuchó su pseudónimo por el micrófono. Se miró por última vez al espejo y tomó el antifaz. Caminó hasta el escenario y los aplausos y silbidos le dieron la bienvenida a Débora, la sexy colegiala, enfermera o lo que ellos quisieran que fuera.

Poco a poco las diminutas prendas cayeron al compás de una música que armonizaba el ambiente, los movimientos sensuales dejaban boquiabiertos al público masculino, pedían más, gritaban y dejaban los billetes sobre el escenario y otros se los entregaban directamente para recibir como pago una coqueta sonrisa.

El baile erótico y pole dance eran las arma que usaba para deleitar a los presentes y ganar muy buenas propinas que sumado a su sueldo le permitían cumplir algunos de sus caprichos. Después de finalizada su presentación, se retiró acompañada de ovaciones y piropos. Ella era la más joven del grupo de bailarinas, y últimamente se había convertido en la más pedida.

Las luces, el tabaco y los tragos eran elementos imprescindibles cada noche en ese lugar, el cual había ganado popularidad porque no se trataba de un club nocturno de mala muerte como muchos, sino de uno con estilo al que acudían caballeros que buscaban salir de la rutina y olvidarse de sus esposas celosas y de sus jefes exigentes, necesitaban compañía y algo de diversión.

Las horas transcurrían y el alba indicaba que era momento de regresar. Se cambió y el mismo carro que la recogió de su casa el día anterior la fue a dejar. Bajó y subió las interminables escaleras y nuevamente lo encontró, está vez más alegre mientras hablaba por celular. Ambos sonrieron nuevamente y continuaron con sus caminos.

La rutina se mantuvo por un par de meses hasta que una noche algo cambió. Ella pidió su día libre para descansar, fue de compras y al llegar lo encontró sentado en las escaleras, la tristeza en sus ojos era profunda. Ella se acercó y le preguntó qué sucedía, él esquivamente le respondió con un nada.
No quiso interrumpir, además no se consideraba sor Amanda para cuidar de un hombre, prosiguió su ruta con dirección a su departamento y dejó las bolsas de las compras sobre los muebles. Prendió la tele y calentó algo que había sobrado del almuerzo. De repente el timbré sonó y ella se dirigió a la puerta. Era el chico de la escalera.


- Se cayó tu DNI - dijo –
- Gracias, me salvaste de una
- De nada… para algo debo de servir
- ¿Qué tienes?, estás con toda la depre sobre tus hombros
- Huevadas… nada que no se pueda solucionar, mañana estaré mejor
- Siempre hay un mejor mañana
–sonrió- tú eres el único que puede cambiar el estado en el que estás, ¡vamos!, ánimo, no te derrumbes, la vida es una como para alborotarte la cabeza por estupideces
- Sí que eres súper optimista
- Es una de mis muchas virtudes
- Ya veo… bueno… me voy a las cuatro paredes de mi claustro
- ¡Tranquilo monje!, ¿por qué no hacemos algo? Dentro de un rato prepararé la cena, ¿por qué no me acompañas?, de paso evito que alguien se suicide
- ¡No es para tanto!
- Así tengo un lugarcito a lado de San Pedro
- Está bien



Arturo parecía ser un chico solitario, y los últimos acontecimientos en su vida lo tenían devastado. La suerte no estaba de su lado. Por el contrario, Amanda estaba cumpliendo varios de sus objetivos trazados, la fortuna sí que la acompañaba.
El joven había perdido su trabajo como asesor del área de imagen de una empresa, su mejor amiga le había serruchado el piso y ahora estaba pateando latas. Tenía algo ahorrado que temporalmente lo podría ayudar, pero cuanto antes debía conseguir un nuevo empleo para pagar sus gastos. Y si fuera poco, de regreso al departamento le robaron su celular y laptop. Desempleado e incomunicado eran los mejores regalos que había recibido ese día.
Luego que Arturo le contó todo el royo de la oficina, ella le comentó sobre sus estudios pero evitó mencionar su trabajo nocturno. Él le preguntó que siempre la veía irse arreglada por las noches a lo que ella respondió que trabajaba de mesera en un casino.

El vino los había relajado y estaban satisfechos con la comida, Amanda no sólo era muy buena en el baile, sino en la cocina. A sus 24 años, la vida la había golpeado muy fuerte, había hecho cosas que en su adolescencia jamás pensó. Perdió a verdaderos amigos y se separó de su familia. Esporádicamente los visitaba, sólo cuando el tiempo era condescendiente con ella.

Llegaron al tema amoroso, Arturo no quiso hablar mucho al respecto, solo que actualmente tenía problemas como toda pareja, ella también se limitó a un estamos bien.
Las horas transcurrían y Arturo se iba soltando un poco más, ya no se sentía prisionero, por el contrario, el reo había salido de la cárcel de los problemas y se sentía como un ave que podía volar libremente sobre el prado de la esperanza.

De casualidad la copa de vino cayó sobre su camisa y pantalón. Ambos rieron por lo ocurrido y ella le ofreció un trapo para secarse. Arturo se dirigió al baño para intentar sacar la mancha de la camisa blanca, el pantalón era negro por lo que sería más fácil de disimular.

Amanda lo fue a ver para ayudarlo y lo que encontró le gustó mucho. Una anatomía de luchador espartano muy bien pulida en mármol. Él se percató de su presencia y sonrió. Ella hizo lo mismo.

- ¿Te ayudo? –preguntó –
- No gracias, puedo solo, no te preocupes
- No seas tímido, estamos entre vecinos
- ¡Qué considerada y atenta!
- Así soy yo, ¡muy atenta a los requerimientos!
- No quiero incomodar, es mejor que me vaya, ya hice mucho estropeando la cena
- ¡Pero si no has hecho nada!, se limpia y asunto terminado, por el contrario, lo sucedido fue la cereza para el pastel
– se acercó y le susurró – con lo que disfruto comer la cereza al final.

Arturo la miró asombrado, la chica se había convertido en una felina dispuesta a sacar las garras para atrapar a la presa que había caído en su trampa. Entendió que el DNI fue el anzuelo que ella lanzó y que él inocentemente había picado. La mirada de deseo que reflejaba la insinuante mujer le estremeció el cuerpo, incluso sintió miedo, se sintió extraño. Trataba de encontrar las palabras precisas para apartarla y escapar del lugar, pero conforme los minutos transcurrían, la loba se acercaba más.

- Es algo tarde y mañana debo buscar trabajo. Te agradezco por la cena, lo pasé muy bien.
- ¿Tarde?

Se aproximó hasta quedar a centímetros de distancia. Los primeros botones de su blusa estaban desabrochados y dejaban casi al descubierto los dotes que no necesitaba mejorar con cirugía. Arturo evadía la conversación, así como la imponente y ardiente mirada de Amanda.
De pronto ella sonrió burlonamente, lo miró con ternura y le dijo: Era una bromita Arturo, sé que no juegas en esta cancha.
Él se quedó mudo y la miró avergonzado, se sintió descubierto.

- Despreocúpate, que no soy una mojigata que se escandaliza. Tengo varios amigos guapos que no están interesados en chicas.
- ¿De qué estás hablando?
- No soy tonta
- ¿Cómo lo supiste?
- Soy muy intuitiva y me di cuenta desde que te vi. Además el mundo es muy chico.
- ¿Alguien te lo dijo?
- Mejor dicho… me lo confirmaron
– sonrió -.
- Me descubriste. Pero no eres la única que oculta algo ¿o me equivoco?
- ¿Tú qué crees?
- Que ese trabajo de mesera es…
- … mi antifaz
–contestó-.

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