OJITOS MARRONES
Te fuiste junto con aquel
atardecer gris. El sol tristemente se acurrucó en los brazos de un furioso mar,
que se llevaría los mejores momentos para sumergirlos en la profundidad del
pasado. Ese lugar al que van todos los recuerdos, y los más tristes siempre
quedan en la superficie de la caja, pero poco a poco se llenan de polvo.
El dolor no tiene magnitud, solo
se siente, y fue lo que aquella tarde me quebró la voz y me presionó el pecho. El
vacío parecía infinito, la caída en picada no se detenía y todo transcurría en cámara lenta. Al compás de la nostalgia te
dije adiós, nunca te olvidaré.
Ya no te escuchaba, ya no te
veía, ya no te sentía. Las paredes parecían más altas, imponentes e insensibles
a mi soledad. Recorría cada fría habitación con la esperanza de abrir una
puerta que me despertara de la pesadilla en la que me encontraba atrapada. Sin
embargo todo era real y debía aprender a vivir con tu ausencia.
Los meses suavizaron la rugosidad
de tu partida y aunque admito que no fue fácil, ahora sonrío al recordar aquellos
ojitos marrones llenos de brillo que me miraban. Me acompañabas todas las
tardes y jugábamos hasta que te cansabas. Llenabas de alegría cada espacio en
esta casa que siempre te reservará un lugar.
Estarás en mi corazón y en mi
memoria porque formaste parte de mi vida. Desde cachorrito te recibimos en
nuestro hogar y te cuidamos como un miembro más. Ahora que no estás se respira nostalgia
cuando te recordamos, pero el tiempo se encargará de guardarte en el cajón de
los mejores recuerdos.
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