¿CÓMO QUINCEAÑERA?... ¡JAMÁS!
Frente al espejo veía a una
adolescente ilusionada, capaz de dejarse llevar por sus emociones, lanzándose a
una piscina que podría convertirse en un turbulento mar. Pero eso no importaba
para Janina, la felicidad que sentía en ese momento era sublime e infinita.
Aquel camino lleno de luz y
lozanos prados la seducía, la enamoraba y la llevaba a un viaje sin retorno. La
razón estaba prisionera en la cárcel rosa de la ilusión, pero en algún momento
la quinceañera que llevaba dentro regresaría a su caja de muñecas, y la mujer
madura que era tomaría las riendas de su vida.
Una conversación con Bibiana le
recordó que las “chiquilladas” y las “mariposas en el estómago”, solo eran
producto de un momento fugaz que llegó a su vida y se instaló temporalmente. La
chispa se encendió una mañana con aquel chico que se perdió en el tiempo, la
hizo sonreír como una tonta, escribir frases cursis y escuchar canciones románticas,
aquellas que solo cantaba en los karaokes con algunas copas de más.
Ambas eran las mejores amigas y
sabían sus más oscuros secretos y las nuevas conquistas estaban en el menú del
día. ¿Quién era el galán?, un compañero de clase de un diplomado, que solo
llevaba porque la empresa la había inscrito. Todos los fines de semana Janina debía
asistir por cinco horas, pero con la inspiración sentada al lado, lo hacía con
gusto.
Las primeras semanas fueron las
mejores. Aquel chico que solo conoció de vista y de quien lo único que sabía
era su nombre, ahora la invitaba a salir, los paseos eran interminables y las
conversaciones estaban salpicadas de coquetería y la envolvían en la burbuja de
la felicidad. Nada estropeaba lo que para ella parecía magia sin trucos, sin
embargo, tarde o temprano el mago revelaría la verdad de su hazaña.
Janina quería vivir nuevas
emociones y dejarse llevar sin preocupaciones, enamorarse como una adolescente
que vive al máximo el presente. Ya no existían miedos de por medio, solo una
sensación inexplicable que amordazaba la razón. Descubría en cada amanecer, una
manera distinta de querer. Palabras, caricias, besos, miradas, sonrisas y
silencios se convirtieron en su mejor argumento para definir lo que llegó a ser
algo más.
¿Cómo comenzó?, no lo sabía,
¿cuándo?, algunos años atrás. Ese sentimiento ingresó sigilosamente y se instaló
en su corazón desarmándola por completo. Lo único que tenía puesto era la
túnica transparente de la confianza que dejaba a la intemperie quien era. Las
mentiras no se podían esconder y la única verdad era que lo extrañaba cada día
más.
Cuando estaba sola, recordaba
aquellos prolongados besos llenos de deseo que exploraban su cuello, elevándola
al cielo. Sus labios sedujeron los suyos y los invitaron a un placentero viaje
sin retorno. Pinceladas de fuego recorrieron su cuerpo y encendieron cada
espacio. Aquellas caricias eran el tórrido hielo que le erizaba la piel.
Tuvieron como escenario a la
noche, romántica y cubierta de estrellas tímidas. Todo alrededor se encontraba
en armonía y el peligro de ser descubiertos fue el aditivo perfecto, una
combinación de ternura y pasión que convirtió una travesura de amigos, en el
eterno juego de la seducción.
Pero todo llega a su final, y del
incendio que se desató con un beso, solo quedaban cenizas y humo, que poco a
poco se disipó. La muerte de lo que sintió era evidente y difícilmente algo
podría revivirlo. Las llamadas y los mensajes se perdían en el camino, porque
ella cambió de dirección emocional, pero él no lo sabía.
¿Qué pasó?, fue la pregunta instantánea de Bibiana. El diplomado
estaba por terminar y cada uno tendría que regresar a la cómoda y rutinaria
realidad. La tentadora propuesta de trabajo fue la bomba atómica que destruyó
lo que había comenzado. Ella debía escoger y eligió dejar a los sentimientos de
lado. Lentamente desató el lazo que los unía y lo dejó caer.
Bibiana hizo una pregunta que
reveló el truco del mago: ¿no será que
eres alérgica al compromiso? Janina se quedó en silencio. En el fondo sabía
que era verdad, desde aquella propuesta de formalizar que el chico de ojos
dorados le hizo una noche en su departamento, el encanto se había desvanecido,
y ese trabajo era la cortina de humo que opacaba la verdad.
“Recuerdo esa mañana de invierno cuando subimos al ascensor y
presionamos el mismo botón, nos sonreímos. Sus lindos ojos color miel se
quedaron tatuados en mi memoria. Lo reconocí, era Renato, el chico que algún
día me gustó, pero a quien por mi absurda timidez no me atreví a conocer más”. Años
después no era su timidez, tampoco su prioridad laboral, sino su miedo a
fracasar y hacerle daño lo que esta vez lo apartaba de su vida.
Comentarios