MI MEJOR AMIGO
Caminaron sin pronunciar palabra
alguna. Se limitaron a mojar sus pies en la orilla de una playa desconocida
pero tan familiar. El ulular del viento, la brisa que empañaba sus lentes, la
danza de las olas y el resplandor del sol como espejo en el mar, eran el
escenario que esa tarde de mayo los acompañaba.
Ella se detuvo y se sentó en la
arena, miró el horizonte por algunos segundos esperando encontrar las palabras
precisas, pero lo único que veía era a las aves surfear en un cielo despejado.
Él continuaba de pie observando el muelle iluminado tenuemente con la luz de los
faroles. Algunas parejas caminaban de la mano y otras permanecían de pie
esperando el sunset.
Alguien tenía que romper el hielo
que se había formado entre los dos. Leonardo se sentó y la abrazó, Jazmín le
correspondió y la calidez de ese momento derritió el iceberg que se encontraba
en medio. Sabían que callados no encontrarían respuestas y lo mejor era
compartir lo que sentían y dejar de lado ese silencio que los separaba cada vez
más.
Eran los mejores amigos.
Peleaban, se reconciliaban, volvían a discutir, pero siempre se buscaban porque
el cariño era muy fuerte. La química que había entre ellos no la sentían por
nadie más, pese a estar cada uno con pareja durante algún tiempo. Esa conexión
no sólo física, sino emocional con el transcurso de los años se había
intensificado. Y aunque quisieran engañar al resto, lo que sentían era más
fuerte que aquellas olas chocando contra las peñas.
Leonardo y Jazmín se reencontraron
hace quince días en una fiesta. Ella había llegado a pasar sus vacaciones y por
travesuras del destino se topó con Leo. Bailaron toda la noche, conversaron
hasta el cansancio. Después de un año de no saber casi nada el uno del otro, sus
caminos nuevamente se intersectaron y está vez traspasaron el línea fronteriza
entre el deseo y la razón.
Cayó la noche y ambos continuaban
disfrutando del momento. Ella estaba recostada en una hamaca y él sentado bajo
una palmera. Sólo escuchaban el sonido del mar y el bullicio de la gente en la
fiesta. Las chicas gritaban, los chicos reían exageradamente y la música era
ensordecedora. Sin embargo eso no importaba para ellos porque con tan solo mirarse, lograban esquivar
todo el ruido.
Era tarde y Leo la acompañó a la
casa de playa donde se hospedaba. Estaban a punto de despedirse y una
invitación involuntaria cambió de dirección sus caminos. ¿No quieres pasar?, y se quedó en silencio. Esperaba un sí por
respuesta, pero a la vez quería que fuera un no porque sabía que la razón
estaba amordazada y era su corazón el guiaba todos sus pasos.
La casa era rústica pero
acogedora. La amiga de Jaz estaba segura que le gustaría, y no dudó en darle
las llaves para que disfrutara sus vacaciones lejos de la ciudad en una playa
paradisiaca, y con gente nueva. Pero ella escogió a un viejo amigo como
acompañante esa noche y en el fondo no se arrepentía de nada, al diablo las
reglas.
Subieron las escaleras de madera
y se sentaron en el primer escalón. Ella tragó saliva y sonrió tímidamente. Leo
le acomodó el cabello detrás de la oreja y la tomó de la mano. Hasta ese
momento ninguno de los dos decía algo. Jaz lo miró fijamente y Leo le acarició
el rostro, y luego sintió como si un pétalo le recorriera la curvatura de los
labios. En su mente todo estaba en blanco, y frente a ella Leo, el único, el
chico que a pesar del tiempo no había olvidado. Su confidente, su paño de
lágrimas, su saco de box, su oso de peluche: su mejor amigo.
El frio los obligó a entrar y
abrazarse en el mueble. El otoño unió a dos corazones solitarios que de una u
otra forma siempre estuvieron unidos. Ahora la gran interrogante era: ¿valdrá
la pena remover sentimientos del pasado?. Pero si Leo estaba con ella era por
algo, y su actitud lo confirmaba.
-
Dame tu
mano – dijo ella –
-
¿Para qué?
-
Tú dame no
más y no preguntes
-
Si hubiera
sabido que te pondrías así de agresiva no me quedaba – él rio -
-
¿Te
quieres ir?
-
Le dio un beso en la mejilla – Claro que no Jaz –
-
Interesante
lo que veo – señaló las líneas de su mano -
-
¿Según tú
qué dicen? – preguntó incrédulo –
-
Que
laboralmente te irá muy bien. El dinero llegará más rápido de lo que te
imaginas.
-
Eso ya lo
sabía – sonrió - . ¿Y en el amor?
-
Bueno… hay
una chica… - hizo una larga pausa -.
Leo cogió la mano de Jazmín y la
puso en su pecho. Ella sintió los latidos acelerados del corazón del hombre que
tenía en frente.
-
Eso
también lo sé, y es la única que logra acelerar mis latidos como ahora.
En ese momento todo se apagó: la
música que se escuchaba a lo lejos y las luces que alumbraban el muelle. Solo el
resplandor de la luna ingresaba por la ventana. Jazmín lo miró atónita, no
sabía qué decir, era lo que había esperado escuchar por tanto tiempo y ahora
que Leo lo había dicho parecía irreal, un sueño del que no quería despertar. Sus
labios estaban tan cerca, podían sentir sus respiraciones aceleradas y sus
miradas reflejaban el deseo que sentían y que ya no podían ocultar.
Se besaron y dejaron que una melodía
interior los acompañara. Era sublime cada segundo que compartían juntos, y Jaz
no necesitó estar tendida sobre la arena para ver las estrellas, porque bastaba
que él acariciara lentamente su piel para sentirse a tres metros sobre el
cielo. Era el nirvana que había bloqueado cualquier pensamiento racional y la
elevaba cada vez más alto. Ella sabía que no se trataba de un sueño y cada
parte de su cuerpo le recalcaba que era real.
Cuando Jazmín despertó no lo vio,
se cambió y salió a buscarlo. Pero algo la detuvo, miró el piso y un camino de
piedras la indicaban una dirección. Ella no vaciló y siguió la ruta que se
mostraba y fuera de la casa encontró dibujado un corazón con conchas de abanico
en la arena, en medio escritos sus nombres. Inmediatamente Leo le tapó los ojos
y ella volteó tiernamente y le dio un beso.
Los días otoñales eran perfectos.
Disfrutaban de cada momento que la vida les regalaba y no querían que la semana
se termine porque comenzaría la cuenta regresiva para volver a la realidad.
Cada uno tenía una vida que seguir en dos ciudades distintas. El trabajo era
uno de ellos. Sin embargo, un día antes de partir una noticia los regresó
nuevamente a tierra.
Era el atardecer más largo que
Jaz y Leo habían vivido. Los dos abrazados hilaban todo lo sucedido esas dos
semanas. Ella viajaría fuera del país por motivos laborales, pero ahora todo
tenía otro matiz, y su decisión sería el punto de quiebre en sus vidas. Entrelazaron
sus manos y Leo le acarició el vientre. Jaz sonrió, y sabía que a partir de
ahora no sería solo ella, estaba Leonardo y alguien muy especial venía en
camino, su hijo.
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