LA DESPEDIDA

Pantalón verde, polo celeste, zapatos negros, caminaba aquel chico por el segundo piso de su facultad, llevando un folder con algunas hojas de la clase pasada y un lapicero. Siempre con una expresión de indiferencia, a veces la gente dudaba si saludarlo o pasar de frente ya que una respuesta de él era incierta. Todos los días a las ocho y media de la mañana llegaba a su aula, tocaba la puerta e ingresaba, no le importaba llegar treinta minutos tarde porque era el favorito del profesor.

Por otro lado, para ella, la puntualidad era una prioridad en su vida, de lunes a viernes su despertador era lo que más odiaba por las mañanas. Usaba solo unos jeans azules, zapatillas negras, un polo blanco y casaca azul para el frío que acompañaba al invierno que no quería despedirse. No era de las chicas que usaban tacones, no era su estilo. Llegando al laboratorio sacaba su guardapolvo porque era indispensable en cada clase de química.

El sol al medio día era insoportable, pero se acoplaba a las conversaciones, risas y bromas de los jóvenes sentados en las bancas del parque universitario. Andrea sacó sus lentes de sol y puso el guardapolvo en su mochila, de pronto el timbre de su celular le recordaba que tenía algo que hacer, cogió su mochila, se acomodó el cabello detrás de la oreja, guardó el celular y se despidió de sus amigas, quienes ya habían descifrado el contenido del mensaje de texto por la sonrisa inconfundible en su rostro.

No tuvo necesidad de llamarlo, Rodrigo la sorprendió tapándole los ojos, era típico en él, al igual que su sonrisa. Con un beso en la mejilla se saludaban, pero sus miradas eran cómplices de algo más. Conversaciones banales… ¿qué tal tu clase?, ¿alguna novedad?, la gente caminaba a su alrededor pero les eran totalmente indiferentes a extraños conocidos. Bajaron por las escaleras, riendo y jugando como dos adolescentes, él la despeinaba y ella lo empujaba.

Sentados bajo la sombra del árbol más grande, conversaban ignorando lo que sucedería más tarde, eso no importaba, el presente lo era todo. No sé si las rosadas mejillas de Andrea eran producto de alguna frase dulzona de Rodrigo o de la exposición al sol. Él deslizaba sus dedos por el cabello de la chica que lo volvía loco, aquella manera peculiar de hablar, caminar, reír y jugar. Ella descubría emociones y sensaciones viviendo experiencias nuevas con el amigo que era capaz de hacerla soñar, escribir, enojar, pero al mismo tiempo reír.

Lo que al inicio fue solo un fósforo encendido, se convirtió en una fogata que llenaba de calidez el espacio que albergaba a dos amigos que no necesitaban de palabras para definir lo que sentían. Ella, era la luz que dilataba sus pupilas y él, el frío que recorría su cuerpo con cada beso al saludar.

Durante la clase de biología, Andrea no podía olvidar las palabras de Candy, “¿Segura que solo te ve como amiga?, siempre te busca a la salida de clase, te escribe y te acompaña a tu casa, yo creo que tu amiguito de ojos dorados está enamorado de ti”. Mientras la profesora explicaba el Ciclo de Kreps, Andrea trataba de enlazar cabos sueltos, su cerebro no procesaba la idea de ser algo más.

Seis de la tarde salieron del salón, un codazo y guiñada de ojo por Candy señalando al primer piso, le indicaban que Rodrigo la esperaba, siempre con esa sonrisa que lo caracterizaba.
La risa cómplice de las amigas de Andrea enriquecía la idea que rondaba en su cabeza, difícil pensar en traspasar un límite, eran amigos y no se veía de otra forma con él, sin embargo la semilla estaba sembrada y lo que vendría después dejaría de ser un misterio porque el motivo que los separaría en un futuro pronto se concretaría.

Se habían conocido en primavera, ella necesitaba urgente imprimir un trabajo para la universidad y todas las cabinas de internet estaban ocupadas, pero para su buena suerte a una cuadra de la universidad había una cabina libre, así fue como se inició la amistad entre ambos, él trabajaba temporalmente ahí porque su amigo había viajado y lo estaba reemplazando, semanas después lo contrataron para trabajar medio tiempo. Desde la fecha ella frecuentaba ese lugar para imprimir sus trabajos o navegar por Internet.

Los meses pasaron, y el incandescente sol daba la bienvenida al verano, el cual prometía unas vacaciones inolvidables en la playa, caminar por la arena contemplando el atardecer mientras los jóvenes corrían tras una pelota que se divisaba a lo lejos.
Andrea estaba perdidamente enamorada de Rodrigo, por primera vez en su vida supo lo que era escribir poesía, los versos fluían como agua de manantial. A sus diecisiete un sentimiento indescriptible la invadía y neutralizaba toda respuesta de alerta frente a las posibles consecuencias, aquellas que se suscitaron un viernes por la noche.
La luna llena iluminaba el manto oscuro que cubría la ciudad, Rodrigo y Andrea se habían quedado en silencio, esquivaban miradas mientras una preguntaba quedaba suspendida en el aire.

- ¿Crees que una relación a la larga distancia funcione? – preguntó Rodrigo –
- No, ¿por qué me preguntas eso?
- ¿Recuerdas la beca?
- Hubiera querido que este día no llegara… ¿cuándo te vas?
- Tengo pasaje de ida y no de retorno – hizo una pausa - dentro de una semana viajo, pero antes de irme quiero que sepas que – fue interrumpido –
- No es un adiós sino un hasta pronto, por lo tanto, lo que tengas que decirme ahora me lo dirás cuando nos volvamos a ver.

Nuevamente el silencio se apoderó del momento, ella jugaba con su cabello y él miraba el cielo intentado encontrar las palabras para hacer de ese momento menos incómodo, era tarde y el ruido del motor de los carros se escuchaba más lejos conforme los minutos avanzaban. Ambos se miraron fijamente, solo unos escasos centímetros los distanciaban, ella volteó su rostro y le dio un beso en la mejilla, lo abrazó y le deseó lo mejor para su futuro. Andrea alzó el brazo y tomó un taxi, Rodrigo dio media vuelta y se fue.

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