Vidas pasadas

Durante sus clases de meditación, mientras estaba recostada sobre el mat, percibió la presencia de alguien a su lado, abrió los ojos y solo vio a sus compañeros. Su cuerpo se escarapeló como si una ventisca de aire helado recorriera su piel. No tuvo miedo, pero fue una sensación extraña que nunca antes había sentido. 

A partir de esa experiencia, los sueños de ella en el campo, usando ropa de otra época, rodeada de un ambiente campestre, se volvieron frecuentes. Despertaba cansada, como si no hubiera dormido. Y en muchas ocasiones amanecía con un fuerte dolor en el pecho y con mucha tristeza que no podía explicar.

Gaby, su roomate, le recomendó visitar a un médium para responder a todas sus interrogantes. Ella no era creyente de temas paranormales, siempre buscaba la explicación a todo, y por ello evitó el consejo de su amiga; sin embargo, los acontecimientos que se suscitaban la dejaban cada día más confundida.

Una mañana mientras lavaba los vasos, tomó sutilmente uno de ellos y se quebró en sus manos. En otra oportunidad, cerró con cuidado la ventana y ésta se rajó. Esto la dejó muy confundida y salió a caminar para despejar su mente. Recorrió varias cuadras y llegó a una feria, le pareció interesante y visitó cada uno de los stands. Uno en particular le llamó la atención, la anciana que vendía le pareció familiar y se acercó para preguntar por los productos.

La mujer le ofreció algunos collares, pulseras y piedras energéticas para alejar las malas vibras. Andrea tomó una piedra verde e inmediatamente los recuerdos del mar y la arena ocuparon su mente. Al mirarla y palparla con detenimiento, la imagen de la piedra incrustada en el pecho de alguien, la aterrorizó y sus manos la soltaron.

La anciana recogió la piedra y la puso sobre sus palmas. Acarició su rostro y la miró con ternura.

- No tengas miedo querida, es normal que tengas visiones. Ella te ayudará a recordar. No te apartes de “aventurina”, es tu piedra y te acompañará a partir de ahora. Llévala, es el obsequio de una amiga – dijo la octogenaria –. 

Llegó a su departamento y encontró a su gata Sally mirando el plato de comida. Le sirvió un poco de paté y prendió su laptop para avanzar con su clase del día siguiente. Ella era docente universitaria de literatura. A sus 30 años tenía un buen trabajo que le daba tiempo para realizar otras actividades.

Despertó en la madrugada, sudando y gritando. Gaby fue a verla al cuarto y Andrea le contó el sueño que tuvo. Estaba en un ambiente gélido de piedra y rejas, a su alrededor había mujeres en harapos. En el sueño, cerró los ojos y se transportó a otro lugar, se encontraba rodeada de gente que hablaba en un idioma que no entendía. Vio a las tres mujeres ardiendo entre las llamas, lloraban y vociferaban: soy inocente.

Al día siguiente, tomo la decisión y visitó a un experto en terapia regresiva que la transportó a su vida pasada. El hombre tendría unos 50 años, de cabello canoso, usaba lentes, regordete, de voz pausada y tranquila. Andrea temía lo que podría encontrar en su pasado, pero era mejor que internarse en un psiquiátrico.

Se puso cómoda en un mueble, cerró los ojos y siguió paso a paso las indicaciones del hombre. El tiempo se detuvo en su presente y ahora se encontraba usando un vestido medieval. Caminó algunos minutos por un mercado abarrotado de gente, lo que ella llamaría “ambulantes” ofreciendo sus productos. En una mano agarraba la canasta con algunas hierbas y en la otra, una lechera pequeña.

- ¿Qué año es?, ¿dónde estás? – preguntó el terapeuta -.

- Es 1600 y vivo en Benevento, Italia.

- ¿Cómo te llamas?

- Aradia y soy una bruja.

Aradia caminó hasta que un gran ventanal la detuvo, observó el reflejo de una joven de 18 años, mirada tímida, grandes ojos negros, pelo largo azabache, de estatura media y de tez clara… era ella.

Una mujer de cabellos plateados se acercó y la tomó del hombro. Aradia volteó y le dijo: mamá. Ambas salieron del mercado y fueron rumbo al campo, donde se encontraba la cabaña donde vivían. Dejó sobre la mesa la leche y entregó a su madre las hierbas que le había encargado.

Se fue a un riachuelo cercano para llevar agua fresca a su madre. En su trayecto por el bosque entonaba una melodía conocida, presentía que algo bueno sucedería, pero a la vez tenía mucho miedo, porque sería el punto de quiebre en su destino.

El cántico se detuvo cuando lo vio, era un francés muy guapo, de barba, ojos como el atardecer y piel color de luna. Un caballero templario sin armadura en su caballo blanco, un amor imposible a su corta edad.

- ¿Cómo te llamas? – preguntó dirigiéndose a la joven – 

- Aradia

- Encantado, soy Percival De Metz – el hombre besó su mano en señal de cortesía -

Tres… dos… uno… ¡despierta Andrea!, exclamó el terapeuta. Ella abrió los ojos lentamente y vio a su alrededor la biblioteca del consultorio, la luz de la ventana iluminaba el ambiente, la música tibetana y el incienso la habían relajado.

- ¿Cómo te sentiste?

- En casa, yo pertenecí a ese lugar – respondió Andrea –.

- Fuiste una hechicera, no sé qué tan poderosa fue tu magia, pero lo averiguaremos en las próximas sesiones. Recuerda escribir en tu cuaderno sobre los sueños, visiones o sucesos que consideres inusuales, es importante encontrar el origen – comentó Ernesto –.

Al salir del consultorio, revisó el mensaje de Gaby, le recordaba que en la noche tendrían una fiesta de disfraces en casa de un amigo. Andrea no tenía muchas ganas de divertirse, pero tampoco era una opción interesante quedarse en casa pensando en todo lo que vio en ese viaje astral.

Prendió su auto y se dirigió al centro comercial. Todo estaba decorado con falsas telarañas, calabazas, calaveras, y las tiendas abarrotadas de gente. Ingresó a una galería y un traje de bruja le llamó la atención, ¡qué casualidad! – exclamó sarcásticamente –. Se probó el vestido con corset, el gorro en punta y también el antifaz, tenía el modelo perfecto para la fiesta de Halloween.  

Estaba a punto de anochecer y los niños, acompañados de sus padres, paseaban disfrazados de diversos personajes, tocando las puertas y pidiendo golosinas. Andrea tenía algunas galletas y caramelos en un frasco que se acabaron en media hora. Tomó la aventurina y la guardó en su cartera. Pensó: si hoy es noches de brujas, es probable que tenga alguna revelación de mis antepasados.

Llegó a la fiesta, Gaby se incorporó rápidamente y Andrea fue por un trago y algunos bocadillos en forma de murciélagos. La casa era enorme, y los dueños la habían remodelado. Según su amiga, tenía 200 años de antigüedad y era de estilo grecorromano. Recorrió los pasadizos mientras escuchaba la música cada vez más lejana, el bullicio de los invitados se perdía con cada paso que ella daba.

Las campanadas de la iglesia anunciaban la media noche. A lo lejos el gorjeo del agua en la fuente se intensificaba en su tímpano. ¿Dónde se encontraba?, sus manos estaban cubiertas de sangre. Escuchó a lo lejos el grito desesperado de una mujer: ¡mataron a mi hijo! Subió a un caballo negro y cabalgó sin rumbo definido hasta llegar a una cueva, donde una octogenaria la esperaba con una sonrisa en el rostro.

- ¿Trajiste el corazón? – preguntó –.

- Aquí está – abrió su bolso y sacó un diminuto órgano que aun latía –.

Su cabello era color del fuego, ojos esmeraldas y labios carmesíes, una apariencia muy diferente a la jovencita de 18 años que conoció en sus visiones, esta mujer tendría unos 25 a 30 años de mirada desafiante y con sed de venganza.

- Andrea… ¿estás bien? – preguntó Gaby –.

- Abrió los ojos y vio a su amiga sentada a su lado – me siento un poco mareada –. 

- Te encontraron desmayada en el baño y te trajimos al cuarto para que descanses, el doctor ya está en camino – respondió –.

A la semana siguiente, Andrea visitó a su terapeuta, necesitaba respuestas. Los últimos días despertaba de mal humor, con deseos de discutir, incluso se atrevería a decir, con odio en su corazón, no entendía el por qué, solo lo sentía.

- Cierra los ojos y presta atención a mis palabras – dijo Ernesto –.

Mentalmente se transportó a otra época, era la misma joven de 18 años, que corría desesperada de noche por el campo junto a su hermana. Llegaron a su cabaña, pero Alice la detuvo, no podían hacer nada por su madre.

- ¿Qué haces?, tenemos que ayudarla.

- No podemos Aradia, nos matarán a las 3. Recuerda lo que nos dijo nuestra madre: este día llegaría y tendríamos que ser fuertes, escondernos hasta que pase toda esta cacería indiscriminada – respondió Alice –.

- No pienso quedarme aquí de brazos cruzados.

Aradia salió entre los arbustos e intentó ayudar a su madre. Alice no tuvo más alternativa que lanzar un hechizo para proteger de las lanzas a su hermana, quedando expuesta a la muerte, al igual que su mamá.

- ¡Sube al caballo, huye y no te detengas! – fue lo último que dijo Alice -.

A la distancia escuchó cómo las voces de su madre y su hermana se apagaban, y la oscuridad solo se iluminaba por su cabaña en llamas.

Cabalgó hasta el amanecer y se detuvo para que el caballo se hidratara y comiera un poco de heno. Se sentó sobre una roca, mientras veía al sol aparecer entre las montañas. De pronto escuchó su nombre.

- Aradia… Aradia – dijo sutilmente una voz femenina –.

- ¿Quién eres? – preguntó –.

- Te estamos esperando, cruza el campo rumbo al norte y nos encontrarás – concluyó la voz misteriosa –.


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