Introspección

Sus pensamientos eran un manojo enredado de luces de navidad, con algunos foquitos quemados. La paciencia no era su mayor virtud, y por más que intentaba entender y ordenar todo lo que tenía en su cabeza, terminaba bebiendo un coctel de emociones que no solucionaban nada. Mezclar cólera, tristeza, confusión y miedo le dejaban resaca emotiva.

Era difícil para Mayra expresar lo que sentía. La mayor parte del tiempo, por no decir siempre, guardaba sus palabras en el cajón de los recuerdos. A lo largo de los años, se acostumbró a poner filtro a lo que decía para evitar manifestar vulnerabilidad. Se mostró como la mujer fuerte que podía solucionar todo lo que se le cruzara en frente, pero llegó un punto en el que su cuerpo le pasó factura. 

Los constantes dolores de cabeza, la gastritis y la fibromialgia la saludaban por la ventana. Tenía dos opciones, la primera era dejarlos entrar por la puerta grande, o la segunda, buscar ayuda profesional. En el fondo Mayra sabía que no estaba bien. Algunos sucesos en su vida calaron profundamente y reforzaron la barrera que tenía.

Conoció a Ricardo en un bar, era el mejor amigo del chico que le gustaba. Al conversar con él sintió una ligera atmósfera de confianza. Era alguien que realmente escuchaba y prestaba atención a los detalles. Al inicio hablaron de diversos temas, pero conforme caía la noche, la conversación se tornó más personal, ¿cómo llegó hasta ahí?, no lo recuerda. Pero cuando supo que era psicólogo, se prendió una lucecita verde en su cabeza. La casualidad lo había colocado en su camino, era una señal que no debía pasar desapercibida. 

Después de la primera noche que conversaron como psicoterapeuta y paciente, la tempestad de sus pensamientos se calmó un poco y encontró lógica a las cosas que le habían sucedido, o decisiones que tomó en muchas ocasiones. Si en algún momento tuvo un rompecabezas incompleto, la sesión le trajo algunas piezas faltantes. No tenía la figura completa, pero estaba en proceso de armarla y eso la ponía de buen humor.

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