Todos los caminos te llevan a Roma

A millas de distancia un deseo se quedó sumergido en la Fontana di Trevi, donde dice la tradición que debes lanzar una moneda de espaldas y pedir un deseo antes que ésta llegue al agua para que se cumpla. Aquella tarde soleada de verano, Roma guardó su secreto.

No importaba el charco atlántico que los separaba, porque en su corazón seguía ese incendio que el tiempo no pudo apagar. Y mientras tomaba una copa de vino en el Trastevere, sabía que no sería fácil quitar dos, de los tres puntos suspensivos de un capítulo, que cuando parecía terminar solo dejaba un to be continue al final de la página. Tenía su pasaje comprado, en un mes regresaría a la realidad y debía tomar una decisión.

Estaba loca por Leo, enamorada como nunca antes lo había estado, ¿cómo pasó?, solo un día lo sintió, y desde aquel momento nada fue igual. Una noche se presentó con libros, chocolates y vino, una combinación adictiva para alguien que disfruta de las experiencias que deleitan sus sentidos.

Él hizo de lo simple, lo perfecto para Micaela, como la dedicatoria en un libro, o el detalle de una libreta sobre su velador, porque sabía que le apasionaba escribir; o un viaje, porque los momentos con alguien especial son invaluables, a diferencia de lo material que se deprecia con el tiempo.

Era auténtico, minimalista, realista al 100%, era un capo en su trabajo, y ella estaba encantada con su tenacidad para lograr sus metas. Lo admiraba, era un chico grandioso, atractivo, sencillo, detallista, inteligente, tomaba riesgos, era independiente y con unos lindos ojos detrás de los cristales que resaltaban ese toque intelectual.

Leo era apasionado, sus dedos siempre fueron pinceles sobre su cuerpo, trazaba sensaciones infinitas con cada dibujo, él era un artista de besos abstractos y su arte era de un estilo curvilíneo cuando entrelazaba su cuerpo con el de Micaela, mientras formaban espirales.  

Cuando todo terminó, por primera vez supo que extrañar es el precio a pagar por los buenos y malos recuerdos. Cuenta que pagó con altos intereses porque sobregiró sus sentimientos. Le hizo un lugar en su vida y al marcharse, quedó tanto espacio vacío, que el tiempo y la distancia no fueron suficientes para remodelar su corazón.

Después de un periodo de hibernación emocional y con la comunicación reducida a la mínima expresión, comenzó un nuevo capítulo sin el fantasma de su pasado. El idilio entre Leo y Micaela se veía más remoto y no por la cantidad de hojas caídas del calendario, sino por la opacidad de sus sentimientos; por primera vez en mucho tiempo pisó de nuevo aquel bar sin sentir el típico nudo en el estómago.

Cada luna llena se llevaba un suspiro en silencio y con ella su tristeza, pero los recuerdos quedaron en la caja fuerte de su memoria sin volver a ver la luz de un reencuentro. Imaginaba que él estaba bien, siempre fue un chico fuerte y decidido, sabía que Leo era capaz de pulverizar los problemas que se crucen en su camino. Micaela recordó que el único momento en el que pudo verlo vulnerable, fue cuando dejaba su cabeza sobre su pecho y dormía sin pensar en lo que le esperaba al amanecer.

No supo de él en años, hasta que una noche de invierno la casualidad los puso frente a frente en la escalera del bar al que fueron en su primera cita. Un cálido “hola” intentó aplacar el frío en el corazón de Micaela, y a pesar de imaginar en muchas ocasiones ese escenario y el discurso que tenía preparado, las palabras se evaporaron en su boca.

Lo que le dijo después movió la brújula de sus decisiones y durante el transcurso de los próximos días el iceberg que había entre los dos se derritió con la fogata que ambos encendieron. Micaela recordó en ese momento el deseo que pidió en la Fontana di Trevi.

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