Mudanza de sentimientos
¿En qué momento se desarmó el rompecabezas de “Nosotros”? era la
pregunta que dejó suspendida en una sala que fue testigo de alegrías y
tristezas. Probablemente no había una fecha exacta, y tampoco pensaba ahondar
en el charco de los recuerdos, ¿para qué?, si la frase de Walter Risso lo resumía todo: “Cuando ya no te quieran, lo sabrás, aunque no te lo digan. Lo
sentirás desde lo más profundo porque la indiferencia jamás pasa
desapercibida”.
Tenían un hijo, para quien Javier estuvo en pocas oportunidades y los constantes
viajes de trabajo fuera del país decantaron en una temporal separación a casa
de sus padres, mientras él se dedicaba a su pasión: la música. Las llamadas
eran espaciadas y las visitas ni qué decir, intentar encontrar un lugar en su
agenda, era como buscar la aguja en un pajar, y eso cada día minaba más su
relación. Sentía con más intensidad el invierno de su ausencia, hasta llegar a
la hipotermia de tanto extrañarlo.
Cuando Javier se encontraba en la ciudad, la relación parecía mejorar, a
los ojos del resto eran una familia feliz. Sin embargo, los últimos meses Andrea
gritaba desde el sótano de su alma, pero él no la escuchaba, no la miraba, no
la deseaba como antes, ella no sabía cuál era el lugar que ocupaba hoy en su
vida, pero no era el mismo. Y aunque él no lo notara, ella se desvanecía
lentamente y su actitud solo la llenaba de dudas.
La desconfianza y la distancia construyeron un puente entre los dos, sobre
un interminable abismo de desinterés. Las discusiones eran el plato fuerte del
día y eso la estaba consumiendo, a pesar de estar en la misma ciudad, no vivían
juntos porque él le había pedido un tiempo. Era irónico, desde el nacimiento de
su hijo siempre tuvo esa libertad, pero al parecer, nunca le fue suficiente.
Andrea sospechaba que había alguien más, y su intuición rara vez le
falló. Esa noche cogió su cartera y lo fue a ver. Durante el trayecto sentía una
presión en el pecho, y la sensación de mariposas grises en el estómago se intensificaba
conforme se acercaba a la cruda verdad. La espera, la desesperaba, si todo había
llegado a su fin era mejor saberlo.
Subió por el ascensor, que parecía avanzar más lento, pero ya estaba ahí.
Cuando los vio juntos, la ilusión se derrumbó, pese a toda la oscuridad de
indiferencia, Andrea aun guardaba una luz de esperanza, pero comprobó que esta
vez todo se había terminado. No le dio oportunidad a inventar alguna excusa
para justificarse. Le reclamó su falta de sinceridad, ¿por qué dejó abierta la posibilidad
de una reconciliación cuándo él ya estaba haciendo su vida con otra persona?
A la mañana siguiente, Andrea tomaba otro camino y no había vuelta
atrás. Dejó todo listo para que la mudanza recogiera sus cosas. Era complicado
dejar un lugar donde compartió tanto con una persona a la que amaba aún y con
quien tenía un hijo. Tendría que aprender a verlo sin sentir esas ganas locas
de abrazarlo y besarlo cada vez que llegaba de viaje, sería difícil aceptar que
no recibiría esas llamadas y mensajes que la hacían sonreír y la recargaban de
energía para todo el día, cómo olvidar aquellas noches desnudos en el mueble
después de una acalorada discusión.
El taxi la esperaba fuera del departamento y cuando estaba a punto de
subir al carro, Javier se acercó, regresaba de correr, ambos se vieron sin
decir nada. Andrea sacó una llave y se la entregó, él solo atinó a decir “gracias”,
ella dibujó una mueca en el rostro y dio media vuelta. Para su buena suerte el
semáforo estaba en verde.
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