CONOCIDOS DESCONOCIDOS
Era el mismo, pero estaba
irreconocible, aquellos ojos dorados, debajo de esos lentes de chico nada
intelectual habían perdido su brillo, y esa sonrisa que se dibujaba en su
rostro cada vez que la veía, se había convertido en una mueca.
Confiaba en ella a ojos cerrados,
se enamoró por primera vez, no sabe cómo, ni en qué momento se convirtió en la
mujer de su vida, por quien hubiera dado lo que fuera. Pero las constantes
discusiones y las supuestas traiciones derrumbaron su relación y sus planes
juntos se volatilizaron.
Ha transcurrido media hora y la
pila de botellas de cerveza se ha acumulado sobre la mesa. La música se mezcla
con la risa de la gente, las luces multicolor matizan las paredes del bar.
Tiene la mirada ida, sus amigos conversan en voz alta, pero él parece perdido
en el laberinto de su pasado. De vez en cuando un ¡salud! y un choque de vasos
lo regresan a la cruda realidad.
Parece un hombre fuerte, aquel
que no se deja intimidar por nada y tampoco espera caerle bien a todos. Se
muestra como un chico rudo, indiferente a las emociones de los demás. Presume
de ser el macho alfa de la manada, pero en el fondo es un corderito asustado.
Ella es la única que conoce su talón de Aquiles, podría sacarlo del bar con tan
solo una mirada.
Movía el pie al compás de la
música, mientras hacía aros de humo con la boca. Al otro extremo de la sala,
como un ángel negro, dispuesto a llevarlo lejos de la multitud se acercó
lentamente, no lo había visto, pero él reconoció su risa. Ella guardó el
celular en la cartera y un escalofrío recorrió su espalda descubierta, se
detuvo y miró a su alrededor. En tan solo unos segundos sus miradas se
encontraron, clavó sus ojos verdes sobre los de él, la música se detuvo y los
recuerdos pasaron en cámara lenta.
Una bachata acompañó el momento
incómodo, él se puso de pie y ella acomodó su cabello detrás de la oreja. No
pronunciaron palabra alguna, ya se habían dicho de todo hace mucho tiempo. Tatiana
deslizó su índice izquierdo sobre el rostro de quien algún día fue parte de su
vida. Esa barba siempre le había quedado muy bien, pero lo mejor era obviar ese
comentario.
Se acercó, lo besó en la mejilla,
sonrió y dio media vuelta. Él la tomó de la muñeca y le susurró un “quédate”,
ella volteó y preguntó “¿para qué?, si ya
sabemos en qué va a terminar, es mejor así”. Se soltó y caminó rápidamente
hasta la puerta. Él la siguió hasta la calle, la tomó de la cintura con fuerza
y no la dejó ir.
Su aliento a alcohol la incomodaba,
pero en el fondo le gustaba tenerlo a su disposición. Sus ojos destellaban de
deseo y su boca la invitaba a recordar viejos tiempos. Pero ella no estaba segura
de pasar por puertas entreabiertas porque ya conocía el desenlace.
Al no ver reacción alguna la
soltó y le dijo: “si quieres irte, vete,
siempre has hecho lo que has querido”. Sacó un cigarro del bolsillo, lo
prendió y se sentó en el filo de la vereda. Por primera vez la había dejado sin
un as bajo la manga.
El timbre del celular interrumpió
el momento, Tatiana contestó con un frío “estoy afuera”. A los pocos segundos
un auto llegó y la recogió. Diego la vio alejarse, tiró el cigarro a la pista y
entró para seguir brindando.
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