Monotonía

Despertaba con la certeza de que ese día sería igual al anterior, la misma rutina lo acompañaba cada amanecer hasta caer el sol. Sacaba a Enzo al parque y a su regreso tomaba una ducha fría, alistaba su mochila mientras preparaba una taza de café. Se despedía de su perro y se dirigía al estacionamiento.

Por algunos minutos, la música en su auto lo transportaba fuera de la realidad y le recordaba que aún estaba vivo. Estacionaba a un par de cuadras de su oficina, tomaba una bocanada de aire antes de ingresar, y se colocaba la máscara de ejecutivo comprometido con la empresa.

La jornada laboral era agotadora, veía cómo se desvanecía la luz frente a sus ojos. Por el dinero no se podía quejar, el sueldo le permitía vivir bien, pero lo que realmente le apasionaba estaba guardado en una gaveta, sin batería, así como su estado de ánimo.

Recordaba aquellos años, cuando viajaba sin cansancio, recorría pueblitos y los retrataba en fotografías que aún conservaba. Veía amaneceres extraordinarios que lo desconectaban de una vida monótona y disfrutaba de experiencias inolvidables que le recordaban que no había límites.

Ahora se preguntaba ¿quién era esa persona que todos los días despertaba sin motivación? ¿Dónde está el hombre aventurero que soñaba despierto y que vivía de la fotografía? ¿Quién era esa persona frente al espejo?

Después de su matrimonio decidió echar raíces, como muchos dicen, y establecerse en un solo lugar, creyendo que el cambio aportaría a su bienestar; pero fue todo lo contrario. Con el paso de los meses, su luz se fue apagando y no quedaba ni la sombra de lo que un día fue.

Era feliz, estaba enamorado de su esposa, no se arrepentía de la decisión que tomó respecto a su relación, pero eso no lo era todo. Había espacios que no podía llenar, necesitaba respirar. A veces se sentía atrapado en una caja y las voces en su cabeza se atropellaban y no lo dejaban tomar una decisión.

El único momento en el que contemplaba la naturaleza, era durante los paseos nocturnos con Enzo. Él corría feliz a recoger la pelota, sus ojos brillaban al sentir la libertad de no traer la correa puesta. Olfateaba cada espacio que podía, su curiosidad era infinita. Aunque fuese media hora, la disfrutaba como si se tratara del último paseo; y eso, Miguel lo admiraba. Tenía la capacidad de aprovechar ese pequeño espacio de tiempo como el más valioso y hacer lo que le encanta.

Llegaba a casa y terminaba algunos pendientes en la laptop. Apagaba la luz del estudio y se recostaba sobre la cama. Aunque no quisiera, era inevitable pensar en lo que le esperaba al día siguiente. Esa noche no cerró las cortinas, esperando que alguna estrella fugaz le concediera un deseo. Se quedó contemplando la avenida casi desolada, hasta que el cansancio lo venció.

Hacía mucho tiempo que no soñaba con un campo infinito, al lado de una cascada y con una cámara de fotos en sus manos. Ese clic en cada toma le recordaba que podía inmortalizar cualquier momento en tan solo unos segundos. No sabía por cuanto tiempo disfrutaría de su libertad, pero, así como Enzo, la aprovecharía hasta que salga el sol.

Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Destino o casualidad?

Todos los caminos te llevan a Roma: parte II