El narcisista

La mente de Jorge era un laberinto de pensamientos oscuros que él manejaba a su antojo. Y cuando Zoi creía que había encontrado respuesta a sus interrogantes, estaba de nuevo en el punto de partida.

El capricho y la dependencia eran el combustible que la impulsaban a caminar por los pasillos de la mente de un hombre con una personalidad complicada. Ella interpretaba y analizaba sus acciones, esperando encontrar algún patrón, pero todo eso era un búmeran.

Su ego era un globo aerostático, desde donde se jactaba de ser el amo de todo, capaz de manipular a cualquiera, sin la mínima empatía. Presumía de jamás equivocarse, y cuando alguien lo corregía, despertaba su ira, sentía que pisoteaban todo su expertise en el ámbito que fuese.

Jorge era impredecible, con un sentido del humor negro, adicto al control de todo a su alrededor. Jugaba con la mente de Zoi, él tenía la llave maestra de cada rincón de sus pensamientos. Y ella lo ignoraba, o no quería reconocerlo.

Se divertía con ella, era un tira y afloja constante. No la amaba, pero tampoco la soltaba. Le fascinaba tenerla a su disposición cada vez que él hiciera el mínimo esfuerzo. Solo buscaba su propio beneficio, y poco o nada le importaba lo que ella sintiera. Por su lado, Zoi dejaba todos sus planes, compromisos o lo que fuese para adecuarse al ritmo de Jorge.

Despertaba en Zoi un vaivén de emociones que se mezclaban con el enojo, la tristeza, la duda y ansiedad. Llegando a picos de ternura, ilusión, felicidad y deseo. Él le ofrecía el coctel con la dosis exacta de dopamina para tenerla bajo su control.

Para Zoi, él podía ser el hombre más cálido, cariñoso y atento; y de un día para otro, se convertía en un extraño, indiferente, era un bloque de hielo, inaccesible y emocionalmente a kilómetros de distancia, pero a pesar de eso, seguía enganchada con él.

Durante la última cena, Jorge se mostró interesado en ella. La miraba como si fuera la única en el restaurante. Después de algunos tragos la acompañó a su casa. Antes de dejarla, se acercó y se despidió con un beso cerca a la comisura de sus labios. En ese momento, Zoi sintió cómo una ráfaga de aire helado recorría su piel.

Jorge tomó un mechón de su cabello y deslizó sus dedos hasta llegar a su cuello. La acarició y lentamente colocó su mano detrás de su oreja. La jaló hacia él, hasta sentir la calidez de sus labios entreabiertos, dejándola con sed de más.

En la soledad de su habitación, ella recordaba aquel fugaz encuentro que ansiaba repetir. No sabía con qué versión de Jorge se encontraría al amanecer, pero de lo que estaba segura, era que no le importaría caminar sobre el hielo de su indiferencia, porque sabía que al final del camino, la esperaba una hoguera que la haría arder.

Comentarios

Anabel ha dicho que…
Me gusta!❤️
Y nuevamente me dejas con ganas de más 😅
Bss

Entradas populares de este blog

Monotonía

¿Destino o casualidad?

Todos los caminos te llevan a Roma: parte II