Todos los caminos te llevan a Roma: parte II
Hace una semana la casualidad los puso frente a frente en la Feria del
Libro de la ciudad, ambos eran lectores apasionados, cada uno en el género de
su preferencia. Charlaron por algunos minutos y planearon salir la próxima
semana. Se despidieron con un beso en la mejilla y tomaron caminos opuestos.
Leo siempre fue el imán de su cuerpo, capaz de cambiar cualquier
argumento que ella tuviera en mente. La conocía demasiado y tenía total
libertad de pasearse en su cabeza. Micaela podía ser muy racional, pero cuando
se trataba de él, solo se dejaba llevar por las emociones. Se paraba sobre la
orilla y dejaba que un mar de pasión la arrastrara a las profundidades del
deseo.
Fueron al bar de siempre, y la conversación giró en torno al trabajo y
algunas amistades en común. Aquellos ojos color del atardecer capturaban toda su
atención y estaba ansiosa por besar los labios que conocían a la perfección la
geografía de su cuerpo. Juntos eran un volcán de emociones que se activaba con
la chispa de un sutil roce.
Con el paso de las horas, y después de probar el quinto cóctel, ya no se
sentía tan segura de pisar tierra firme. Lo que comenzó como una fogata,
terminó en incendio, y era inevitable, no dejarse tentar. La invitación estaba
sobre la mesa, su silencio y una mirada cómplice fueron la respuesta.
Llegaron al departamento de Micaela y Leo apagó el motor del auto en el
estacionamiento. Se observaron por algunos segundos, y las barreras que ella
siempre colocaba cuando estaba con él, se derrumbaron. Nuevamente se sintió
vulnerable frente a una mirada que le resultaba intimidante, pero a la vez
seductora, y a una boca que podía pronunciar las frases más tiernas y despertar
su lado más oscuro con un solo beso.
Bastó sentir su respiración cerca al cuello para desafiar a su
autocontrol. Con Leo jamás había límites, era todo o nada. Por eso, a pesar de
los años, él seguía siendo el tintero de su inspiración, capaz de despertar
emociones dormidas en lo más profundo de ella, lugar al que sólo él pudo
llegar.
Ya faltaban pocas horas para el amanecer y Leo aun dormía sobre su cama.
Micaela se levantó y se dirigió a su estudio para terminar el discurso que
tenía pendiente. Después de tomar una gran bocanada de aire, las palabras
fluyeron sobre el teclado. Encontró los matices perfectos que englobaban las
ideas que buscaba resaltar en el texto.
Por su ventana ingresaron los primeros rayos de sol, indicador que le
quedaba poco tiempo para regresar a la rutina. Fue al cuarto y lo encontró
despierto, y después de un largo beso de buenos días se recostaron por algunos
minutos.
Antes del sonido de la alarma, Micaela sacó una caja que tenía en el
cajón de velador. Le dijo: Feliz cumpleaños, más vale tarde que nunca y
se lo entregó. Él se sorprendió al recibirlo y lo abrió emocionado. Era un
rompecabezas imantado en forma de globo terráqueo. Detalle que tenía el sello
de Leo: original, elegante y sobrio.
No importaba el camino que ella tomara, siempre terminaba en los brazos de Leo. El tiempo y la distancia eran relativos frente a la conexión que ambos tenían. ¿Destino o casualidad?, ¿qué la traía de vuelta?, eran las interrogantes que hace mucho dejó de preguntarse, porque sabía que no había una respuesta que le dé un desenlace a su historia.
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