Almas viajeras
Con la llegada de Ricardo, el oleaje en su cabeza se calmó, él la
escuchaba con atención y la leía a la perfección. Cuando conversaban, se sentía
como un paseo en velero, una mañana de verano en las playas de Grecia.
Mayra dejó que el psicólogo camine por los pasillos de su cabeza, como
si se tratara de “El Resplandor”. Cada habitación escondía un recuerdo, un
miedo o un oscuro deseo. Ella ocultaba demonios que Ricardo se encargó de
exorcizar, o en el mejor de los casos, domar.
Ella tenía un pasado complicado y un presente desordenado, pese a
intentar mostrar su mejor versión al resto, Ricardo era el único que sabía lo
que habitaba en su corazón y sus pensamientos. En tan poco tiempo interpretó lo
que Mayra escondía entre líneas.
Tenían una cita cada martes al caer la noche. Era el único momento de la
semana donde Mayra quitaba las barreras que la protegían del mundo exterior. Y
como en “Un Método Peligroso”, la psicoterapia dejó su lado vulnerable al
descubierto, y fue así, como Ricardo se enamoró de su luz y su oscuridad.
Las charlas informales se volvieron más frecuentes, y la distancia entre
psicólogo y paciente se redujo con el transcurso de los días. Mayra dejó la
seguridad en la orilla de la playa, y caminó mar adentro. Por primera vez, se
dejó mecer en el vaivén de un sentimiento nuevo.
¿Cómo explicar la conexión que tenían?, no había respuesta lógica.
Ricardo y Mayra eran almas viejas que se reencontraban después de un largo
tránsito. Una vez que entrelazaron sus manos, sus miradas se reconocieron, y un
tórrido beso selló la fusión de sus corazones.
Él era su amigo, su confidente, su terapeuta, su profesor, su amante, su
novio. Sus brazos eran refugio y a su lado se sentía segura. Por primera vez en
mucho tiempo volvió a confiar, y quedó desarmada frente a Ricardo, desnudó su alma
porque sabía que estar con él no era correr un riesgo, era emprender el mejor
viaje de su vida.
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