EL ÚLTIMO BESO

Despertó un domingo pensando en la interrogante que no la dejó dormir parte de la noche, sin embargo gracias al cansancio y el silencio de su almohada pudo conciliar el sueño. Un encuentro inesperado aquella noche de verano se convirtió en el punto de partida de una historia que siempre terminaba en puntos suspensivos.

¿Por qué ese enamoró de él? Abrió las ventanas de su habitación y suspiró, caminó al balcón y tomó un sorbo de jugo. ¿Serán sus ojos pardos o esa sonrisa tierna?, o ¿fue el inesperado roce de sus manos?, ¿fue el silencio cuando sus miradas se encontraban?, ¿fueron esas largas conversaciones?, ¿fue el abrazo que congelaba el tiempo?, ¿fueron sus detalles precisos?, ¿fue ese viaje contra el reloj?, ¿fueron sus caricias traviesas?, ¿qué fue?, ¿todo? y más.

¿Qué hizo diferente? ¿Atinar en los detalles?, no, jamás adivinó, solo lo supo porque la conocía tan bien, estaba seguro de qué cosa guardaría en un cajón y qué dejaría sobre su velador. No necesitaba colocar su nombre, porque su sello personal estaba implícito en cada presente.

Una cena con luz tenue y destellos multicolores en un cielo azabache marcó la diferencia. Ella no necesitaba pedirlo, él sabía que una noche así quedaría tatuada en su memoria. En tan poco tiempo aprendió a leerla y estaba dispuesto a sorprenderla.

Pinceladas de ternura, matizaban una frase acompañada de un beso. Esa manera peculiar de ser la interesaron en conocer mucho más al chico de camisa cuadriculada y toque intelectual. Él no solo se preocupada del fondo, sino también de la forma, en cómo hacía y decía las cosas. Él convertía un paseo en la playa, una noche de luna llena, una cena en casa y una tarde de películas, en capítulos de un libro que ella no quería terminar de escribir.

Lo miraba, él sonreía y por dentro ella decía, ¡cómo no me va a encantar! Podía ser muy tierno, atento, detallista, cariñoso, pero a la vez lograba que pierda la noción del tiempo y el espacio, con caricias por debajo de la ropa y besos atrevidos sobre la geografía de su cuerpo. Sus manos conocían a la perfección su anatomía y deslizaban lentamente cada prenda, dejando a la vista su silueta desnuda.


Dejó el jugo sobre la mesa, él aún dormía y no quería despertarlo. Eran las siete de la mañana, temprano para ser domingo, podía descansar un poco más. Se recostó sobre la cama, él la sintió, le dio un beso y la abrazó. Ella sonrió tristemente y cerró los ojos… algo le decía que sería el último beso.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Monotonía

Todos los caminos te llevan a Roma: parte II

¿Destino o casualidad?