LOBO DISFRAZADO DE CORDERO
Tener la certeza de algo
dejándonos llevar por las señales. Para muchos solo se trate de un tema
subjetivo pero que deja un sabor a verdad y confiamos a tal punto, de creer
sin pruebas lo que pueda sustentar nuestra intuición. Una frase, una palabra,
una actitud, una mirada se convierten en el detonante para enlazar piezas de
manera instantánea y llegar a una conclusión.
Escuchar a una persona hablar por
horas y deducir que todo lo que dice es falso, por más que sonría, se muestre interesado e
inspire confianza para el resto; una pieza no encaja, y es el punto de partida
que prende la alarma: algo no está bien.
Observadora, sí, y sobre todo en
los pequeños detalles, esos que para algunos pasan desapercibidos, sin embargo
son muy importantes a la hora de tomar una decisión. Apresurada, descabellada,
lo que fuera, pero es su intuición.
El silencio y la soledad son sus aliados. Puede dibujar un panorama distinto lejos de todo, sin ruido, sin voces
ajenas, sólo su voz interior hablándole: algo aquí no está bien, caso contrario
estarías tranquila, ¿o me equivoco?
Esa piedrita en el zapato le recuerda que tiene algo pendiente. Noches de insomnio recordando momentos que
parecían sinceros. Pero llega ese día, sin fecha en el calendario, cuando se cae el velo y se muestra su verdadero rostro, el que algún día estuvo maquillado con mentiras.
Para ella, la confianza ha muerto, y un
minuto de silencio no es suficiente. Años de sinceridad se volatilizaron, dejando
un aroma a decepción. El ambiente se siente tenso, las miradas son esquivas y
una conversación postergada se sirvió sobre la mesa. Un plato amargo espera
impaciente.
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