A MI MADRE
Por la ventana un cielo gris me
da la bienvenida y el tráfico citadino me recuerda lo lejos que estoy de casa.
Sobre mi escritorio una fotografía cambia el rumbo de mis pensamientos. ¿Qué
estará haciendo?, me pregunto mientras reclino el asiento y miro el reloj.
¿Has tomado desayuno?, no te
estreses, no te olvides las llaves, ¿llevas tu casaca? La calidez y la
preocupación en sus palabras se repiten como una melodía que hace mucho no
escuchaba. Todos aquellos momentos transcurren como una película monócroma.
Ella me conoce más que nadie, debe ser porque en el fondo nos parecemos mucho,
somos de sentimientos profundos, de memoria indeleble, de sueños lejanos,
amistades verdaderas y amores inolvidables.
¿Barbies?, ¿peloncitas?,
¿cocinita?, muy poco, pero si recuerdo los cuentos que me leía cada noche, las
cartas a mi abuelo, que según yo redactaba usando un lenguaje gráfico. Fue así como
nació mi afición por las historias, escribí mi primer relato “La pelota
viajera”, mi madre me ayudó a empastarlo con una cartulina azul y a buscar las
figuras para ilustrarlo.
Siempre estuvo presente en cada
una de las tareas del colegio, sobretodo de los cursos que no me gustaban.
Manualidades, tejido, costura era algo que jamás me llamó la atención. Sin
embargo, ella plasmaba su arte en cada uno de los trabajos:
una chalina, el mantel bordado en punto cruz, el alfiletero o las flores en
corrospum.
Observo detenidamente el
calendario, han pasado muchos años y ella no ha cambiado. Cada mañana conversa
con las rosas del jardín, las acaricia mientras deja caer el agua sobre sus
hojas. Los pajaritos la acompañan con su melodía matutina y ella sonríe como si
ellos entendieran lo cariñosamente les dice.
¡Cómo extraño esa sonrisa!, solo
ella podía matizar una mañana de invierno, ¡cómo extraño sus consejos!, solo
ella podía ordenar mis ideas atropelladas, ¡cómo extraño sus regaños!, solo
ella podía regresarme a tierra en tan solo unos segundos, ¡cómo extraño sus
abrazos!, solo ella podía calmar mis miedos, ¡cómo la extraño!, radiante, llena
de alegría, luchadora, transparente, frágil como una rosa y fuerte como un
diamante.
Es primavera, luz, verdad,
paciencia, amor; ella lo es todo para mí. Me enseñó a caminar y jamás me cortó
las alas cuando quise volar. Siempre ha estado pendiente de cada paso que doy y
me ha apoyado en mis decisiones; jamás me criticó, solo me aconsejó.
Veo asomarse el sol tímido por la
ventana, parece que el invierno tendrá que esperar un poco más, al igual que la
pila de pendientes sobre el escritorio. No necesito de un segundo domingo de
mayo o de un trece de diciembre para decirle lo importante que es para mí y el
infinito amor que siento por ella.
Cierro las cortinas, apago el
ordenador y marco el número que conozco de memoria. La escucho y nuevamente se
dibuja una sonrisa en mi rostro, sé que está feliz de escucharme y yo me siento
como la niña de los cuentos. “Mamá estoy en camino”…
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