PUNTO FINAL
Todo quedó en silencio, las voces
se callaron y los recuerdos regresaron como una película en su cabeza. En
cámara lenta revivió cada uno de los momentos que le dieron un giro inesperado
aquella tarde de verano.
Caminaba en dirección al infierno
y lo sabía, pero poco le importaba. Sus cinco segundos de lucidez le recordaban
que estaba a tiempo de cambiar de ruta, pero la tentación era tan exquisita
como sangre para un vampiro.
El fruto prohibido acariciaba sus
sentidos y sus pupilas se dilataban, aquel perfume la seducía y los
interminables besos despertaban emociones conocidas que no podía evitar, aun
sabiendo que nada la esperaba al final.
La misa había comenzado y no se
decidía a entrar. Después de algunos minutos ingresó y se sentó a mitad de la
sala. El coro entonó El Aleluya y todos se pusieron de pie. Fue en ese momento
cuando sus miradas se cruzaron y una sonrisa cómplice los unió. Hubiera querido
que todo el mundo desapareciera y solo quedar los dos. ¿Consecuencias?, no
pensaba en ellas cuando estaba a su lado.
La gente escuchaba atenta la
misa, sin embargo ella no podía concentrarse teniendo a la tentación tan cerca.
¡Era pecado! y lo sabía, sin embargo no le importaba pasar una eternidad en el
infierno. Debía tomar una decisión, pero no sabía cuál.
Ella le dejó una carta en el
interior del bolsillo de su saco cuando le dio el abrazo de la paz.
“El tiempo es relativo cuando dos personas entrelazan sus vidas una
mañana no premeditada. Se encuentran, conversan, sonríen y se miran, sin
imaginar que el destino teje situaciones a su antojo, colocando a los dos
protagonistas en un escenario y bajo una trama que sólo ellos resolverán.
El verano encendió sentimientos tímidos que se mantenían escondidos
bajo la sombra. La noche era cómplice de besos y caricias desenfrenadas.
Dibujabas con tus manos figuras incompletas sobre mi piel, acelerabas mi
corazón con cada roce de labios y con tu mirada me desarmabas por completo.
Cruzamos la frontera, ignorando el cartel rojo que teníamos en frente.
¿Por qué? Sabemos que los sueños no se materializan, y cuando el sol despierte,
nos chocaremos contra el muro de la realidad.”
Cada encuentro era mágico y por
momentos le asustaban sus sentimientos. La confesión la salvaría del pecado,
pero nada aseguraba que ella quisiera ser salvada. Tenía dos semanas para
decidir si continuar su compromiso y
olvidar lo sucedido, o aventurarse a revivir sentimientos de su pasado.
Terminó la homilía y todos se
pusieron nuevamente de pie. Los jóvenes intercambiaron miradas y sonrisas
traviesas. Él le mandó una señal y ella se apartó del grupo y lo esperó en el
lugar de siempre.
Se abrazaron sin medir el tiempo,
sus cuerpos encajaban a la perfección como dos piezas de rompecabezas.
El fuego en su mirada la
hechizaba, la dejaba en jaque, la seducía. ¿Se podía quemar?, sí, pero era un
riesgo que estaba dispuesta a correr.
¿Cómo llegaron hasta ahí? Jugaban
con los puntos finales y suspensivos. Juntos pisaban el acelerador de sus
deseos, sin embargo era momento de detenerse, ella lo sabía, y él también.
- Ha sido un verano inolvidable, te voy a extrañar
más que la última vez – dijo ella –
- A veces encontramos a la persona indicada en el
momento menos indicado – contestó-.
Gabriela había regresado al país
después de diez años. Por motivos de trabajo y estudio se ausentó, perdiendo
contacto con la mayoría de sus amigos, especialmente con Rodrigo. Eran
inseparables, los mejores amigos, pero en el fondo eran más que esa etiqueta
que todos conocían.
El reencuentro en el barrio la
emocionó, se sintió la adolescente libre que solía ser. Se abrazaron congelando
el tiempo. Sus ojos dorados y el cabello ensortijado no habían cambiado, seguía
siendo el mismo chico, algo más corpulento, pero alegre, loco y cariñoso.
Aprovecharon el poco tiempo que
ella se quedaría. Fueron al cine, la playa, cenaron juntos, bailaron hasta el
amanecer; recordaron cada momento de su adolescencia, olvidando que ya no
tenían dieciseís. No imaginaron que el capítulo inconcluso de sus vidas
necesitaba un punto final que ellos estaban aplazando.
- ¿Recuerdas lo que decías sobre los enamorados
sin derechos? – preguntó Rodrigo -.
- ¡Claro! Te decía, si la gente convive antes del
matrimonio para no fregarla, entonces antes de ser enamorados hay que ser
amigos con derechos – soltó una carcajada –
- Aquellos tiempos…
- Éramos unos chiquillos que no sabíamos lo que
queríamos.
- ¿Ahora lo sabes?
- En un par de semanas me voy a casar, y tú me
imagino que pronto pedirás la mano de tu enamorada.
- No me has respondido Gabriela.
- Sólo abrázame y no digas más, mañana viajo.
Quiero guardar el recuerdo de este verano. Cada día contigo ha sido especial e
inolvidable, siempre tendrás un lugar en mi corazón, pero hay cosas que no se
pueden cambiar.
Se quedaron mirando y él la
abrazó con todas sus fuerzas, probablemente no la vería después de muchos años.
Dentro de algunas horas todo volvería a ser igual, el paréntesis de su vida se
cerraba antes del punto final.
- ¿Sigues con la idea de confesarte? – preguntó
Rodrigo -.
- No lo sé, hace dos días me sentía culpable,
terrible y confundida, pero cuando estoy contigo me siento mejor, olvido todas
esas absurdas ideas.
Era media noche, la iglesia ya
había cerrado. La acompañó a su casa y se despidieron. Encendió el auto, la
miró y le sonrió, ella le mandó un beso volado y cerró la puerta. Subió por las
escaleras a su cuarto y observó sus maletas. Tenía que agregar al grupo la más
pesada, la de los recuerdos.
Minutos más tarde, su celular
timbró e inmediatamente contestó. Rodrigo había regresado, la esperaba y no
pensaba irse hasta que ella baje. Fueron a su departamento e hicieron el amor. Rudy
La Scala y Arjona tenían razón, tocó el cielo mientras estaba pecando, y vio
las estrellas con los ojos cerrados. La despedida no fue tan amarga después de
aquella noche.
Al amanecer no lo quiso
despertar, si lo hacía estaba segura que no podría dominar sus sentimientos. Se
cambió y se fue temprano dejándole una nota: te quiero más allá del tiempo y
las fronteras.
Al día siguiente durante el
desayuno les pidió a sus padres que no la acompañen al aeropuerto, porque se
sentiría peor. Llamó a un taxi y mientras el joven subía las maletas, Gabriela los
abrazó. Su corazón se partió en mil pedazos y el nudo en la garganta era tan
fuerte que se le quebró la voz.
Desde el asiento posterior miraba
por última vez las calles por las que caminó con Rodrigo. En su celular no
había ninguna llamada o mensaje de él, tal como ella se lo pidió; sin embargo
lo extrañaba demasiado, quería bajarse del auto e ir a su casa, colgarse de su
cuello y no soltarlo. Tantas cosas quedaron pendientes, hubiera querido pasar
más tiempo con él, pero debía volver a la realidad.
Bajó del taxi y registró sus
maletas. Se sentó a esperar su vuelo mientras releía todos los mensajes de su
celular. Sabía que en el camino se tendría que despedir de ellos.
- ¿Ocupada? – dijo Rodrigo -.
No le contestó, lo abrazó sin
medir el tiempo, sólo estaban ellos dos, la gente a su alrededor se había
desenfocado, las palabras aquella mañana de marzo estaban de más.
- Tenía que darte algo, pero ábrelo en el avión.
La voz anunciaba su vuelo, se
quedaron en silencio y sus manos entrelazadas poco a poco se fueron soltando.
Tomó asiento y cuando el avión
despegó abrió el sobre.
“Dos vidas se unieron inesperadamente, poniendo en duda su ideología,
pensamiento y sentimientos. Sin embargo, se dejaron llevar por el momento. Días
mágicos que terminaban con una llamada o un mensaje de texto, ilusiones que
hacían vibrar el cuerpo con un beso, despertando la entrega y el deseo. Un te
quiero sumiso susurrado al viento en oídos atentos, ¿se puede sentir todo eso
en tan poco tiempo?
Sentimientos ocultos que se abren como pétalos, palabras silenciosas
descubiertas con la mirada, un corazón bajo mi pecho que late desorientado,
sonrisas perfectamente dibujadas en un lienzo, secretos que nunca serán
descubiertos.
No pude evitar lo sucedido, aunque estaba prohibido, no me arrepiento
porque fue un hermoso sueño, de aquellos en los que quisiéramos permanecer; sin
embargo el sol llegó y con él, ¡el despertar!”. Te quiero. Rodrigo.
Su celular timbró, lo buscó como
loca en su cartera, y cuando lo encontró su expresión cambió, suspiró y
contestó. Amor, ya estoy en el avión.
Comentarios