FRAGANCIA AÑEJA EN LA PIEL: PARTE I


El tiempo se congeló dentro de su habitación, y solo una taza de café la acompañaba mientras editaba una aburrida novela que había leído durante todo el día, su cena estaba fría y el más afortunado en estos casos era Drako, su perro.

Luego de un refrescante baño se miró fijamente en el espejo de su tocador, sus ojeras eran la evidencia de las constantes noches abrazadas de insomnio. Tomó el peine y por casualidad uno de sus perfumes cayó al piso, la tapa rodó pero el frasco no se quebró. Hace muchos años que no lo usaba, el aroma invadió la intimidad de su cuarto y la transportó a su adolescencia.

El rostro se le iluminó, sonrió como hace mucho no lo hacía. Eran años llenos de ilusión, nuevas experiencias, decisiones que  tatuaron su vida. Las fotografías se habían perdido en el tiempo, pero el aroma le regresó los mejores momentos y estaba feliz por ello.
Miró el resto de perfumes y los destapó uno a uno. Vio su vida transcurrir dentro de una película aromática. Era una fiesta de sensaciones dentro de su dormitorio y disfrutaba de cada uno de ellos como si el tiempo le hubiera reservado un espacio en su añejo calendario.

El baile se terminó cuando el perfume azul ubicado debajo de la sombra de una vieja lámpara la miró con descaro. Era el único que no había sido invitado al festejo y no estaba contento con eso.
Lucyana se acercó y lo sacó de la penumbra. Era más que un aroma, era una historia, un amor, un beso, una caricia, una canción, era un frasco con una fragancia masculina que le despertaba emociones y recuerdos.
Antes de destaparlo la duda caminó en círculos, pero ya lo tenía entre sus manos y sabía que era cuestión de segundos abrir la puerta de su pasado. Fue ahí cuando la brisa de aquel inolvidable perfume pintó su cuarto e iluminó cada esquina triste de su habitación. A pesar de ser de noche podía ver el sol espiar por la ventana.

Miró el cielo cubierto de estrellas tímidas y la resplandeciente luna le sonrió con la esperanza de dibujar una sonrisa en sus labios, pero la nostalgia era el abrigo que la cubría esa noche que no quería pasar sola.
Se arregló para una cita sin acompañante y usó el perfume que en algún momento se complementó perfectamente con la esencia varonil que había permanecido inmóvil por cinco años sobre su tocador.

Llegó al bar que hace mucho dejó de frecuentar y pidió el trago de siempre. La banda de rock, el aroma a tabaco y alcohol la distrajeron por algunas horas. De pronto todo quedo en silencio y la gente se desenfocó. Estaba sobria y sus sentidos, más agudos que nunca. Sus miradas se rencontraron en cámara lenta y sus fragancias se acariciaron como la última vez.

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