EL CHICO CHOCOLATE

de mi rostro y susurraba una canción que hace mucho no escuchaba. Cerré la
ventana pero aún sentía mucho frío, es la mejor estación del año, aunque muchos
me contradigan. Sobre mi escritorio una pila de papeles me esperaba impaciente
y en mi cabeza una lista de decisiones se atropellaban.
Es momento de un break, me
preparé una taza de chocolate y me dirigí a la sala, prendo la tv y hago
zapping, me pregunto si fue buena inversión ese televisor, estaba en oferta, de
qué me quejo. Novelas, deporte, noticias, documentales, nada que me agrade,
mejor busco algún buen libro de los que tengo por ahí.
“Fausto”, “Travesuras de la niña mala”, “La insoportable levedad del
ser”, “Cincuenta… ”, sonreí, ese libro es un baúl de recuerdos, la historia
del chico chocolate y la chica vainilla, dos caminos que se cruzaron en su
adolescencia, pero al poco tiempo tomaron rumbos distintos, y después de algunos
años nuevamente se encontraron.
Él no había cambiado, solo vestía
diferente, una camisa ploma que le quedaba muy bien, usaba un perfume
embriagador, tenía el cabello ensortijado y debajo de esos lentes, ¡qué ojos!
Podría escribir metáforas, símiles e incluso coplas cuando el brillo del sol se
reflejaba en su mirada, ¿amor a primera vista?, ¿cuál era la probabilidad?,
suele pasar, así dicen muchos, pero ella no creía en esas casualidades.
“Bom bom, cuidado te derrites bajo el sol”, él era su sol, y no lo
sabía. Coqueto tímido, serio carismático, tierno seductor. Tenía las palabras
precisas en el momento indicado, y siempre la sorprendía, ¿la impresionó?, sí,
¿la enamoró? sí; sin embargo, había una sombra que los acompañaría, al inicio
no muy notoria, pero con el paso de los meses se convirtió en eclipse total.
Viajaron poco, pero lo hicieron,
y son momentos que jamás olvidó. Disfrutaban de la caída del sol y del
despertar de la luna, eran momentos mágicos, más aún si estaban juntos frente
al mar. Él la miraba, la abrazaba por la espalda, esperando que el tiempo se
congele, ella se sentía protegida, amada, feliz.
Él era de esos chicos que dicen
lo que piensan y lo que sienten, jamás le ocultó las cosas y eso permitió que
la relación avance rápidamente y que la confianza permanezca intacta a pesar de
las dificultades que se presentaron en el camino.
El timbre del celular me
interrumpió, contesté rápidamente y colgué. Miré el reloj, aún tenía tiempo, me
acomodé en el mueble y continué leyendo. Había avanzado regular, la historia me
recordaba a los años de chica enamorada, cuando era capaz de escribir durante
toda la noche, imaginar historias sin desenlace, besar sin temores, abrazar con
fuerza, acariciar sin límites, amar con total entrega, y ese libro me recordaba
mucho a la adolescente que algún día fui.
La autora lo describía tan bien,
que podría reconocerlo si lo viera por la calle, e incluso le invitaría un
pisco sour de maracuyá, porque me encantaría conocer la historia desde su punto
de vista, incluso ella le sugirió que escriba un libro, él solo le sonreía,
¡cómo adoraba su sonrisa de niño travieso!, me asombra la pasión con la que se
refiere a él. Cuando edité la novela no me percaté detenidamente en el fondo,
solo en la forma, pero ahora que lo leo muchos años después me doy cuenta de la
intensidad del contenido.
Con él practicó el arte de la paciencia, reconoció que no era
una de sus mejores virtudes, sin embargo, en el transcurso de las semanas
aprendió que debía contar del uno al diez, y no reaccionar de manera impulsiva
como lo habría hecho en otras oportunidades, intentó ver los problemas desde
otra perspectiva, algo que usualmente no hacía.
Caminó al filo del abismo, y poco
le importó, desde que lo conoció rompió poco a poco sus barreras mentales,
asumió riesgos, y uno de ellos fue dar el cien por ciento en la relación sin
miedo al futuro, solo se preocupó de vivir el presente día a día, como si
mañana se fuera a terminar.
Una propuesta de ascenso laboral
cambió todo, la distancia fue abismal y debía tomar una decisión al respecto.
Siempre estuvo presente esa posibilidad que
aún no se concretaba, pero los términos y condiciones que ésta traía
consigo, incluían a una sola persona con tiempo exclusivo, y era necesario
llegar a un acuerdo que no era justo, pero sí necesario.
El tema la tuvo tensa por algunos
días, sabía qué sucedería porque lo conocía y se conocía a ella también. El eclipse
oscureció la despedida y un abrazo prolongado detuvo el tiempo… Ya era hora de
partir, el vuelo saldría pronto y tenía un largo camino para continuar leyendo.
Cerré el libro sin antes leer la dedicatoria: Un libro es un pasaje a un mundo en paralelo, donde el único personaje
es tu imaginación. Vuela, vive, sueña.
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