HACE UN AÑO

Caminaba descalza sobre el
tablero de ajedrez de un amplio salón, solo traía una bata traslúcida y el
frío
era intenso, frotaba sus manos intentando recuperar su temperatura corporal,
pero el ambiente gélido le recordaba que estaba sola.
Las gotas de lluvia se deslizaban
por el gran ventanal y el viento con fuerza agitaba las ramas del viejo roble.
A lo lejos una lechuza la saludaba, era la única amiga que escuchaba sus
secretos, la única que conocía de los fantasmas y las voces del pasado.
Miró el reloj, aún faltaba media
hora para las doce. Eran los treinta minutos más largos de su vida y no podía
adelantar las manecillas. El coctel de pastillas y whisky la tranquilizaron por
algunas horas, pero la anestesia había desaparecido, el dolor era más intenso,
incluso se ahogaba con sus lágrimas.
Se quedó dormida abrazando una
vieja fotografía, era lo único que le daba consuelo, la mantenía a flote en ese
turbulento mar de recuerdos. Despertó
después de diez minutos, y miró el anillo en su dedo, pesado, ajustado, y
opaco, pese a ser una joya de lujo, ahora no era más que una piedra brillante.
Acarició al gato que la miraba
con tristeza, ronroneaba y caminaba a su alrededor, pero su delicado pelaje no
producía efecto en ella, estaba ida, oscura, con la mente en una sola cosa. Tomó
el cuaderno del mueble, leyó el último párrafo, sonrió triste y tragó saliva; miró
nuevamente la fotografía y las imágenes transcurrieron como una película.
Fue hace un año desde que su vida
tomó un rumbo inesperado. Aquella noche, la familia de ambos se había reunido,
los sobrinos, primos, abuelos, tíos, era una fiesta en casa; sólo faltaba él.
Tenía que esperar treinta minutos, el vuelo se había retrasado, ¡maldito
trabajo!, pero él le aseguró que sería la primera persona a quien abrazaría. Pero
no fue así.
Diez para las doce, se levantó
del mueble y caminó a su habitación, él dormía plácidamente, sus lindas
pestañas rizadas y sus rosadas mejillas inspiraban ternura, era el fruto de su
amor, de su único amor. Sacó del ropero el vestido de aquella noche, alistó al
pequeño y salieron de la gran casa. Después de recorrer la carretera por
algunos minutos, se detuvieron en el kilómetro 567, dejó unas flores blancas en
la autopista, sonrió y puso en marcha el motor.
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