La mujer detrás del espejo

Las conexiones no se explican, se sienten. Y aunque la casualidad no existe, el destino sí. Así fue el primer encuentro entre Sofía y aquella casona en el corazón de Barranco, cerca del mirador de Sáenz Peña. La arquitectura envejecida, las ventanas oscuras y las sombras retorcidas de los árboles despertaron en ella un interés peculiar. Desde el balcón de su nuevo departamento, imaginaba distintos escenarios para su novela, pero no era suficiente. Necesitaba algo más: una conexión real con la casa, algo que la llevara más allá de lo predecible.

La curiosidad la impulsó. Caminó hasta la casona y, entre libros empolvados y candelabros oxidados, vio un letrero: Artículos en venta. Allí conoció a Francesco, un joven encantador, descendiente de los antiguos dueños. Su abuela había muerto recientemente, y él, junto a su madre, había llegado de Italia para encargarse de los bienes familiares. Después de una breve conversación, Sofía lo invitó a conocer los alrededores, buscando ganarse su confianza y conseguir acceso a la casona.

Al caer la tarde, cruzaron el Puente de los Suspiros, donde la leyenda dice que, si cruzas conteniendo la respiración y pides un deseo, este se cumple. Aunque él no era muy creyente, disfrutó la experiencia. Luego, lo llevó al Acantilado, su lugar favorito. Durante la cena, Francesco habló de su familia, de la prosperidad que construyeron en Lima y del regreso de su abuela a Italia. Con la segunda botella de vino, las palabras fluyeron. Sofía confesó que estaba escribiendo una historia en la que la casona era protagonista, y le mostró su cuaderno de apuntes. Francesco, impresionado, accedió a considerar su pedido: quedarse unos días en la casa. Esa noche, prometió consultarlo con su madre.

A la mañana siguiente, el timbre la despertó. Francesco estaba en su puerta. Entre el aroma del café y el rumor de la ciudad, le contó que su madre había aceptado. Podría quedarse unos días, aunque por las noches habría un vigilante en la casona. Francesco y su madre, por su parte, seguirían alojados en un hotel cercano. Antes de irse, dejó la llave sobre la mesa.

Esa noche, mientras dormía en la casona, una voz la despertó. Se acercó al espejo que tenía en su cuarto, al principio no ocurrió nada. Pero luego, en la penumbra, el vidrio se iluminó, y al otro lado del cristal apareció una imagen del pasado: una cena elegante, un hombre alzando su copa de vino y una mujer acariciando su vientre; anunciando la llegada de un nuevo miembro a la familia. La escena cambió abruptamente. En la siguiente imagen, el mismo hombre discutía con otra mujer fuera de la casa. Sofía no oyó las palabras, pero el gesto amenazante de la mujer la estremeció. Abrió los ojos y aun era de madrugada, intentó dormir nuevamente.

Al día siguiente, despertó agotada y con un fuerte dolor de cabeza. Se puso de pie y miró con detenimiento el espejo, pero todo se mantenía igual. Asumió que todo lo vivido se trataba de un simple sueño. Alistó todo y fue a su clase de yoga. Mientras meditaba se desconectó del presente. De repente, recorría un jardín frondoso iluminado por el sol. Sin embargo, la belleza del momento fue interrumpida por un grito. Miró por la ventana de la casa y vio a una mujer corriendo por los pasillos, detrás de ella un hombre la seguía. Quiso moverse, pero las piernas no le respondían, también quiso hablar, pero no podía articular palabra. Había entrado en una parálisis del sueño y solo quería salir de ahí. En ese momento abrió los ojos, permanecía recostada sobre la colchoneta mientras todo el grupo continuaba en silencio. 

De regreso a la casona recorrió el salón. Encendió su grabadora y preguntó: 

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Qué te pasó? 

Solo escuchó el eco de su voz. Avanzó hasta el cuarto principal, y después de unos minutos el aire rancio la hizo toser. Se sintió mareada, el ruido de la calle se disipó, y la habitación se iluminó: una mujer daba a luz, pero el bebé no respiraba. El grito desesperado de la madre le heló la sangre. Y allí estaba el hombre de su primera visión, cargando al recién nacido sin vida. 

La escena se desvaneció cuando una mano tocó su hombro: era Francesco. Sofía, pálida, le contó lo sucedido. Él trató de tranquilizarla, atribuyéndolo a la presión por terminar su novela. Sofía intentó creerle, convencida de usar todo aquello como material para su historia.

Después que el joven se fue, Sofía salió a correr como lo hacía regularmente, pero esa noche fue diferente. Sentía que alguien la seguía. Al llegar a la esquina de la casona, vio entre la neblina a la mujer de sus sueños. Parecía flotar. Se quedó paralizada, hasta que el ladrido de un perro la distrajo y la mujer desapareció. 

Esa noche no volvió a la casona. De vuelta en su departamento, comenzó a escribir hasta que el sueño la venció. El viento que chocaba contra la mampara la despertó, trayendo consigo un susurro apenas perceptible. Tomó su celular para poner música ambiental. Justo entonces, una voz emergió del altavoz:

—¡Ayúdame! ¡Estoy dentro del espejo! ¡No me dejes aquí!

El terror la impulsó a correr hacia el hotel donde Francesco se hospedaba para contarle lo sucedido. Él la calmó, hasta que finalmente se durmió.

En sus pesadillas, el hombre de las visiones asfixiaba a la mujer frente al espejo. Luego, bajo la luna llena, la enterraba en el jardín. Cuando despertó, Francesco ya no estaba. Pero le dejó una nota: había encontrado comprador para la casona y la esperaba para recoger sus pertenencias. Miró la hora en el reloj de pared, era casi medio día. Regresó a su casa, se duchó y con un poco de temor tomó su celular. Buscó las grabaciones, pero estas no tenían rastro del audio de la noche anterior.

En el sótano Francesco organizaba en cajas algunas de las pertenencias que aún se mantenían en el lugar. A los pocos minutos llegó Sofía para ayudarlo. Cuando estaban a punto de terminar, un álbum de fotos llamó su atención, su cuerpo se escarapeló y quedó sin habla. Se trataba del hombre de sus visiones. No tenía dudas, lo vio tantas veces que era imposible no reconocerlo. A su lado también encontró un libro de hechizos, tenía anotaciones en latín y otro idioma que desconocía. Se lo mostró a Francesco y él parecía un poco incrédulo frente a lo que veía, sin embargo, ella estaba segura que aquel hombre de la imagen era el mismo que le quitaba el sueño.

El libro explicaba paso a paso cómo cruzar el portal al otro mundo. Sofía necesitaba respuestas para llegar al origen de la historia. Por eso, a medianoche, los jóvenes sumergieron el espejo en la piscina del edificio donde ella vivía, siguiendo las instrucciones del libro.

Sofía se recostó boca abajo en el agua y contuvo la respiración. Solo tenía algunos minutos para entrar y salir; de lo contrario, podría quedar atrapada. Dentro del portal, caminó hasta encontrar a la mujer junto al balcón. Esta vez, cuando ésta se giró, sus ojos capturaron la atención de Sofía: uno azul como el mar, el otro marrón como la tierra. Heterocromía total.

Sofía sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Ella también tenía heterocromía, aunque parcial: solo una pequeña sección de su iris cambiaba de color, como una sombra diminuta dentro del ojo. La coincidencia le provocó un estremecimiento que no supo interpretar. La mujer le sonrió con una ternura extraña y le susurró toda la historia que arrastraba aquella casa maldita: los pactos, la traición y la maldición que había sobrevivido a los siglos.

Los antepasados de Francesco hicieron un pacto con ella, ofreciendo al primogénito varón a cambio de riqueza. Pero la traicionaron y asesinaron, creyendo que se librarían de ella. En su último aliento, frente al espejo lanzó una maldición: todos los varones de la familia morirían antes de nacer. Y durante generaciones la historia se repetía sin explicación. 

Pero la abuela de Francesco al salir embarazada y creer que se trataba de un varón, visitó a un brujo de la ciudad para averiguar qué sucedía en su familia. Al saber la respuesta, siguió las indicaciones del libro que le dio el hombre, sellando con un conjuro el portal y sepultando el espejo en el sótano de esa casa, para finalmente irse a Italia, con la esperanza de romper la maldición. Sin embargo, tuvo una niña, por ello no pudo comprobar sí la maldición se había roto. 

Años más tarde, su hija quedó embarazada de un varón: Francesco. Al primer mes tuvo amenaza de aborto, y así supo que la maldición aun perseguía a su familia. Le contó a su hija y retornó a Lima para solucionarlo. Desempolvó el espejo y le pidió a la bruja hacer un nuevo trato para librar a su futuro nieto de la maldición. Al inicio no estaba muy convencida pero los tiempos habían cambiado, y el nuevo trato era mucho más conveniente que la sed de venganza. 

Cada 20 años la bruja habitaría un cuerpo, pero para esto, debía encapsular el alma de aquella persona en el espejo, y para lograrlo, la víctima tenía que cruzar el portal y su alma permanecía por años hasta extinguirse. Una vez que la bruja vivía una cómoda vida regresaba al espejo hasta esperar a la próxima víctima. Sofía quedó aterrada al escuchar la historia, había sido engañada por Francesco y su familia. Solo atinó a lanzar una piedra contra el espejo, este se rompió. Tomó un pedazo de vidrio, cortó su mano y, con su propia sangre, trazó un símbolo de protección en el suelo. Todo quedó a oscuras y un grito desgarrador resonó antes de que todo se desvaneciera.

Sofía despertó junto a la piscina. Francesco la había salvado de morir ahogada. La llevó a su departamento y, mientras le preparaba una infusión, Sofía buscó ropa seca. Al meter la mano en su bolsillo, encontró un fragmento del espejo, todavía frío y tembloroso entre sus dedos. Se miró en él... y su reflejo le devolvió una sonrisa extraña. Sus ojos —los dos— eran ahora completamente distintos: uno azul y el otro marrón. Ya no había sombra ni trazo parcial.

Un golpe seco contra el cristal la hizo estremecerse. Al otro lado, pegada contra la superficie quebrada, una mano ensangrentada golpeaba desesperada. La verdadera Sofía, atrapada tras el espejo, no dejaba de gritar.


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