TRABAJO DE OFICINA

Habían pasado algunos meses, pero
al parecer era tiempo suficiente para alejarme de las últimas noticias. Sin
embargo la lluvia de novedades pronto inundaría la mesa donde nos
encontrábamos. Los tragos ya estaban servidos y Paula tomó la palabra.
“Brindo por los compañeros de trabajo”, alzó la copa, a lo que
Natalia respondió, “salud por ellos”.
Imité el gesto y pregunté, ¿a qué se debía el brindis dedicado a los amigos de
la oficina?. Paula, sincera como siempre, no dudó en ponerme al día. Y recién
comprendí el contexto de la situación.
Pao era ingeniera en una planta
industrial y por el constante trabajo no podía salir a divertirse. La mayor
parte de su tiempo lo dedicaba a sus labores. Esto había sido uno de los
factores para terminar con Alejandro. Una relación que ya hace algunos meses
iba en picada, pero que ambos trataban de sostener, pero ya no podía continuar
a flote y se hundió.
Él aún la buscaba pero Pao estaba
dedicada cien por ciento a su trabajo, tanto así que hacía horas extras para
ganar bonos y pronto ascender. Era una de sus metas a mediano plazo y comenzar
una relación en esos momentos no estaba en sus planes. Pero la oficina se
convirtió en el mejor lugar para despertar emociones que rompieron su rutina y
le sellaron una sonrisa en el rostro.
El idilio era perfecto. Y el
mejor ingrediente era la clandestinidad. Nadie sabía del romance de Paula y
Cristian. Sin embargo aquellas marcas en su cuello pronto revelarían la verdad.
Pero por el momento todos estaban muy ocupados con sus trabajos como para
detenerse en la nueva parejita.
Juntamos nuestras copas y
brindamos nuevamente. La conversación se ponía interesante conforme ella
relataba los “encontrones”. Nadie estaba en almacén a la hora de almuerzo, y
que mejor lugar para disfrutar del postre. Los mensajes, las llamadas, viajes,
trabajos nocturnos. “Todo sea por el bien
de la empresa”, dijo Pao entre risas, a lo que Natalia contestó, “sí claro, la empresa, ahora eres la
empleada del mes”.
Paula nos mostró una foto que tenía
en el celular. Natalia y yo nos miramos asombradas. ¿Cuántos años tiene?, preguntamos al mismo tiempo. Mi amiga solo
atinó a sonreír y respondió: “tiene
cuatro hijos”. Esa respuesta nos dejó en silencio por algunos segundos, el
licor se sintió más fuerte en la garganta.
“¿Cuatro hijos?, ¿estás loca?”, fue lo salió casi como un grito. “Me engríe, me compra todo lo que quiero,
soy su princesa, y ya veremos que pasa más adelante, mientras tanto a disfrutar
la dulzura de la buena vida”. Nuevamente las copas en alto.
Y ahora fue el turno de Natalia: “¿A quién no le gustan los masajes
inesperados luego de las 6 de la tarde?, sentir sus manos recorrer tu cuello,
primero presionando suavemente para quitar la tensión y luego acariciarlo cual
seda en los dedos. Y cuando has olvidado lo que tienes en el monitor, sus
labios han remplazado sus manos y su respiración entrecortada estremece cada
parte de tu cuerpo. Su lengua juega con el lóbulo de tu oreja y solo atinas a
cerrar los ojos. La silla giratoria los tiene cara a cara, y si algo tenías
pendiente, no era el texto de la computadora, sino el vampiro que no te quita
los ojos de enfrente”.
Definitivamente Natalia también
se había divertido en sus horas extras. Su nuevo asistente se había tomado muy
en serio el dejar satisfecha a la jefa. Ella le llevaba tres años, pero no era
impedimento para que ambos la pasen bien. Rodrigo la llenaba de atenciones y
detalles. Completamente diferente a Miguel, quien solo la llamaba para
reclamarle el poco tiempo que le dedicaba y de atento no tenía nada.
Ella estaba cansada de esa
situación. Hablar con él, significaba tener un muro en frente. El cómo se
sentía, no estaba en discusión. Y el pasado regresaba como una bala perdida.
Los reclamos se volvieron parte del menú cuando se encontraban. Ella no había
olvidado lo que Rodrigo le hizo años atrás y el esfuerzo por maquillar el dolor
en su corazón no fue suficiente.
“¿Y cómo va tu trabajo?”, dijo sarcásticamente Paula. A lo que
respondí: “no me he involucrado con mi
compañero de área y mucho menos con mi
asistente”. “¿Y tu jefe?”, preguntó Natalia.
Ambas me habían encontrado con él
en un almuerzo de negocios y les había gustado lo que vieron aquella tarde. “¡Qué bueno está!”, exclamaron en coro. A
lo que respondí: “más interesante es el
anillo que lleva en su dedo anular”. Paula y Natalia suspiraron. Pero ya
habían transcurrido seis meses desde aquel incidente y los cambios eran
notorios.
El galán de Paula tenía un amigo
abogado que estaba llevando el divorcio de mi jefe. Natalia me guiñó el ojo,
dándome a entender que ahora la presa estaba lista y sólo tenía que ir al
ataque. Le sonreí y pedí la cuenta.
Salimos del bar y mientras
esperábamos el taxi, una voz conocida pronunció mi nombre, miré al frente y ahí
estaba, con la corbata algo desajustada, pero sexy como siempre. Me saludó y le
presenté a mis amigas. Nos comentó que hace buen rato esperaba en su carro a un
amigo que nunca llegó y cuando se disponía a irse, me vio y bajó a saludarme.
Conversamos algunos minutos y
cuando llegó el taxi, mis amigas se despidieron de Ricardo y subieron al auto.
Yo hice lo mismo, pero una pregunta inesperada me retuvo: “¿me acompañas?”. Le sonreí, miré a mis amigas y ellas lo
entendieron. Antes de irse, Natalia me susurró al oído: “querida, pórtate mal esta noche”, a lo que respondí: “con él, ya perdí la cuenta”.
Comentarios