OSO PANDA

Todo se quedó en silencio. Llegó a su cálida habitación pero con la sensación de ausencia. Ya no sentía frio, la cena estaba servida, pero aún en su cabeza estaba el recuerdo de un abrazo prolongado que desafió a la gélida noche. Pudo sentir los latidos de un corazón que no le era extraño, por el contrario, le era muy familiar. La comida estuvo deliciosa como siempre y los trabajos pendientes de la oficina estaban sobre la mesa esperándola, pero ella ni los miró. Las palabras que él le dijo, se repetían como eco en su cabeza. Aquel momento se había tatuado en su memoria, y la sensación de frio nuevamente regresó al imaginar que estaba sentada en aquel escalón angosto de una casa por la que pasó en muchas ocasiones. Las rejas de la puerta dejaban una marca de sombra en el rostro de aquel chico como si fuera un antifaz, la luz amarilla del poste resaltaba el color de sus ojos, no tanto como el sol en cada atardecer, pero esa iluminación nocturna le daba un brillo e...